La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

El fracaso de Trump y la reconciliación en EE. UU.

No fue la CNN, ni la MSNBC, los grandes referentes mediáticos del progresismo americano, sino la mismísima Fox News y el The New York Post, los bastiones del trumpismo, ambos propiedad del magnate australiano Rupert Murdoch, los que pusieron la etiqueta de ‘big looser’ (el gran perdedor) al mismísimo Donald Trump, a la vista del nefasto resultado obtenido por los candidatos del Partido Republicano en las elecciones del pasado martes muchos de ellos impulsados y respaldados por el expresidente. «Perdió en 2018, perdió en 2020 y ahora ha perdido en 2022», resaltaba en su crónica el diario vespertino de la gran manzana. Nada menos que 300 candidatos a diferentes cargos del Partido Republicano proclamaban que la elección presidencial que permitió el triunfo de Joe Biden y que supuso la derrota de Donald Trump estaba amañada. Casi todos de los trece candidatos que promovía personalmente el magnate neoyorkino mordieron el polvo frente a sus rivales demócratas, con una significativa derrota de su candidato en Pensilvania, un Estado decisivo en cualquier elección presidencial.

No es una exageración hablar de estado previo a una ‘guerra civil’ en Estados Unidos. Más de un 60% de votantes republicanos, y una alta proporción de demócratas también, piensa que sería legítimo utilizar la violencia con tal de imponer sus principios al país, más allá del legítimo juego democrático por el que gana el que obtiene la mayoría de votos. Si, como es mi caso, tienes conocidos en Estados Unidos que votan a los dos partidos, ese ambiente de guerracivilismo está continuamente presente en las conversaciones desde el inesperado triunfo de Donald Trump en 2016. Los demócratas consideraron ilegítima la victoria de Trump, que se atribuyó a la difusión de las sospechas de que Hillary Clinton había utilizado su correo privado para la correspondencia oficial, cosa que se acabó demostrando como irrelevante. Esa deslegitimación se convirtió en paroxismo cuando se certificó de manera incontrovertible la interferencia de las granjas de trols rusos en favor del magnate inmobiliario neoyorkino.

El propio Trump basó su campaña en insultos y exabruptos contra sus oponentes, empezando ya en las primarias republicanas, contra Marco Rubio y Ted Cruz. Cuando ganó las elecciones a presidente, siguió utilizando (para sorpresa de muchos) ese tono de discurso bronco y las mentiras sistemáticas para mantener movilizada a su base, sin intentar ni siquiera ampliar sus apoyos al resto de la población, como hicieron en su momento todos los presidentes que le antecedieron. Lo que importaba a un narcisista impenitente como Trump era ser aclamado por sus partidarios, que llegaban casi a entrar en trance con cada burrada que decía en sus populares mítines. Se hizo famoso también por su actividad constante a horas intempestivas en Twitter, una de las redes que acabó echándolo por su constante discurso de incitación al odio.

Lo más curioso del estado de opinión de los norteamericanos (cuando se analizan los resultados de estudios independientes) es que aparentan estar mucho más enfrentados de lo que realmente están. Precisamente en la noche electoral, el programa dedicado a seguir los resultados por parte de Fox News, publicaba en el margen de la pantalla los resultados de una ambiciosa encuesta sobre las opiniones de los votantes de cada partido realizada conjuntamente por la cadena y un Instituto de la Universidad de Chicago. El contraste entre la inclinación claramente pro Trump de los comentaristas más conocidos de la cadena con los datos de la encuesta resultaba absolutamente chocante. 

La realidad es que los norteamericanos, que se insultan y demonizan en los últimos años en lo que se denomina genéricamente ‘cultural wars’ de hecho están bastante de acuerdo en los temas importantes, como evidenciaban los datos de la encuesta. Casi el 70% de norteamericanos, en casi igual proporción a ambos lados del espectro político, es partidario de implantar un sistema de chequeos previos para los compradores de armas. También hay un apoyo abrumadoramente mayoritario (más del 60%) al aborto libre en las primeras semanas del embarazo, aunque ahí las proporciones varían mucho según el encuestado sea votante republicano o demócrata. De hecho, los republicanos han moderado mucho su discurso, evitando celebrar el final del derecho federal al aborto establecido por un Tribunal Supremo plagado de jueces conservadores designados por Trump. Y, tal como se ha visto, por el triunfo de las opciones pro aborto en los referéndums celebrados el mismo martes en Estados conservadores, hicieron bien al obviar un tema en el que la opinión oficial del partido se enfrenta a la opinión pública establecida.

Así pues, las guerras culturales (el aborto, las armas, el cambio climático, la cuestión racial) sirven para arrojarse los trastos a la cabeza, pero, en realidad, la opinión pública norteamericana, está más unida de lo que el feroz enfrentamiento dialéctico hace pensar. Lo que sucede, en gran parte, es que son las minorías y los grupos de presión que financian a los candidatos de uno y otro partido, los que establecen la dinámica de los discursos divisivos, más allá de los valores centristas que unen en realidad al electorado. Los populismos broncos y divisivos han tenido su oportunidad, tanto en Estados Unidos de Trump, como en el Brasil de Bolsonaro y también en el Reino Unido del Brexit con Boris Johnson. Pero en todos los casos, y merced a las periódicas consultas a la ciudadanía, se demuestra que la gente se harta de la crispación y acaba dando la patada a los crispadores. Donde no sucede así es porque los autócratas acaban suprimiendo las instituciones democráticas y haciéndose con todo el poder, al margen de la decisión libre de los ciudadanos.

Precisamente la derrota de Trump y la victoria arrasadora de su probable oponente a la nominación como candidato residencial republicano, Ron De Santis (otro radical de la derecha republicana, pero mucho más digerible que Donald Trump para el público en general) anuncia un giro de guion en el clima de enfrentamiento civil que vive Estados Unidos. Ha quedado demostrado (por si cabía duda después de los anteriores períodos electorales) que la forma de hacer política de Trump, aparte de enardecer hasta el paroxismo a sus partidarios- lo que sirve en realidad es para movilizar a sus oponentes y hacer que se esfuercen mucho más para ejercer su derecho al voto. Como siempre, Trump ha conseguido que estas elecciones fueran sobre él. Y, como en las tres anteriores, la mayoría de los norteamericanos no quiere verlo ni en pintura.

Compartir el artículo

stats