La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

La tragedia no ocurrió

Han pasado más de cuatro meses y todavía no se sabe el número exacto de muertos del último asalto a la valla de Melilla. La brutal actuación de la policía marroquí y la pasividad de la española provocaron una tragedia sin precedentes. Durante todo este tiempo no ha habido mucho interés por esclarecer el suceso ni por depurar responsabilidades, en ninguno de los dos lados de la valla, lo cual sitúa a nuestra democracia a la altura de la dictadura marroquí. Ni los políticos ni los medios de comunicación han mostrado la sensibilidad y la preocupación que un suceso tan grave merece. Se ha impuesto el protocolo del «teníamos un problema y se ha solucionado». Ha tenido que venir la BBC a alertar contra la tentación de convertir la frontera en una fosa común y a denunciar el cinismo de escandalizarse por los enterramientos de cuerpos sin nombres en las cunetas según a qué lado del camino estén. Las imágenes de cuerpos con miembros doblados en la caída, amontonados en desorden, aplastados, han quedado ya grabadas en el archivo de la vergüenza donde resuena el eco de los peores horrores de la historia. Y como en otros episodios, también una marca distingue a las víctimas: llevan ropa barata, viajan sin equipaje y tienen la piel oscura.

A nosotros solo nos puede distinguir la forma en que reaccionamos, y lo que estamos comprobando es desalentador. Resulta coherente la indiferencia de Vox, para quien vale más la vida de un uniformado que la de un desharrapado, sin que se inmute ante el hecho de que unos están vivos y otros heridos o muertos. Menos comprensible es el rechazo a una investigación en el Parlamento por parte de Ciudadanos, que traiciona así la esencia del liberalismo que dice defender, pues ninguna razón de Estado puede estar por encima de los más elementales derechos humanos. La estrategia del PP de puro cálculo electoral de beneficios y perjuicios es la propia de un partido que es consciente de que la lucha por el poder se paga con jirones del alma. Unos ven el honor de la patria, otros la integridad de sus fronteras y otros solo se ven a sí mismos. Nadie parece ver seres humanos doloridos, maltratados, condenados. Y menos que nadie, el Gobierno, que es quien más cerca los tuvo. Su ceguera es la más peligrosa (y la que esperemos que tenga las peores consecuencias), pues es la de quien desea no haber visto y la de quien habiendo visto hará todo lo posible por borrarlo e impedir que nadie más lo vea. Como no lo consigue, hace lo que todos los políticos cínicos y desesperados: negar los hechos («ningún hecho trágico ocurrió en territorio español»), haciendo desaparecer los cuerpos, quitándoles el suelo donde cayeron diciendo que es tierra de nadie, envolverlo todo en la niebla de la mentira, aunque para ello use los botes de humo de las fuerzas de seguridad.

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