Desde hace unos días observo desde la ventana cómo madura un tomate de una de las plantas de la parcela de al lado y también veo a señoras que portan flores camino del cementerio. Poquito a poco, aprovechando las horas de sol, quieto y sin ayud, el tomate va tornando en rojo. Es gordito y eso es lo que hace que sea a él a quien vigilo y no al resto de los que cuelgan de la tomatera. ¡Sería tan sencillo entrar en el terreno y cogerlo! pero no, no lo voy a hacer y tampoco cuando esté listo para partir y poner en un plato, solo o con un buen chorro de aceite de oliva y sal. No lo haré y eso que sé que un día me asomaré para contemplarlo y ya no estará. Suele pasar que aquello que te produce bienestar, un día desaparece por sorpresa o porque las cosas son como son y punto. Pasa con las personas, ¿no va pasar con un tomate? De ahí, la importancia de disfrutar de todo lo que hay a nuestro alcance, de más o menos importancia, de más o menos lujo, y siempre con medida. Subo la persiana y sigue ahí. Disfruto.
