Los muertos viven entre nosotros, en un espacio intermedio entre la vida ordinaria y la memoria. Digamos que lo hacen en la mente, abstracción menos pasiva y yerma que el puro archivismo memorial. Los muertos nos vivifican, pues al evocar recuerdos y ayudarnos a revivirlos amplifican nuestra diaria existencia hacia el pasado. La convivencia entre los muertos y los vivos, o sea, la aceptación de que siguen ahí ocupando su propio espacio, precisa por nuestra parte generosidad, amor y respeto. Los muertos, por su parte, se conforman con que se les recuerde con cariño y no se los arroje al olvido, sin que en general tengan la menor intención de interferir en la vida de los vivos. De los derechos humanos de los muertos aún nadie se ha ocupado, ni parece haber ganas de hacerlo; basta ver la silenciosa soledad de los cementerios (su residencia simbólica) salvo un par de días al año.
