La Opinión de Murcia

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Divinas palabras

Salvar lo que estaba perdido

La tradición ha conservado el nombre de uno de los publicanos más famosos de la historia, Zaqueo. Cuando se conserva un nombre es por dos motivos. Bien porque es un personaje importante, como es el caso de Pedro o Juan o Santiago, bien porque se trata de un ser histórico de quien se pueden identificar a sus familiares aún en el momento de fijarse por escrito. El caso de Zaqueo es este segundo, pues seguramente en Jericó, ciudad cercana a Jerusalén, cuando se fija la tradición oral que está en la base del texto de Lucas, siguen viviendo familiares de este jefe de publicanos, es decir, jefe de los recaudadores de impuestos del lugar. Se trata, por tanto, de un episodio plausible que se presenta en el famoso camino de Jesús a Jerusalén.

Los publicanos, como vimos el domingo anterior, eran mal vistos por colaborar con los romanos en el cobro de impuestos y, de paso, sacar su beneficio, pues el cobro lo hacían a comisión: el Imperio determinaba cuánto quería recaudar de una zona en concreto y el recaudador cobraba lo que estimara oportuno, siempre que diera la parte requerida por Roma. Esto llevaba a abusos de todo tipo y al enriquecimiento de los publicanos de forma ilícita, a costa de las pobres gentes que a veces no tenían ni para comer ellos mismos. El desprecio venía, por tanto, doblemente, por ser un colaboracionista y por enriquecerse a costa del pueblo. El caso de Zaqueo, al ser feje de publicanos era más sangrante, porque su riqueza era conocida por todos, así lo atestigua Lucas. Sin embargo, es muy probable que la fama de Jesús le precediera en Jericó y que Zaqueo, en su fuero interno, considerara su situación como irregular, de ahí que ni se atrevía a acercase a Jesús: subido en una higuera, lo observa de lejos. Pero Jesús, que seguro que tenía oídas de la conversión que estaba viviendo, se acerca a él y le ordena (es casi una orden) que lo hospede en su casa. Los demás murmuran, pues saben que es un pecador y Jesús se va a hospedar en su casa, contaminándose por tanto.

Lo más interesante viene justo después de eso, pues sin dar lugar a que Jesús manifieste nada más, Zaqueo se adelanta y le dice que la mitad de sus bienes se la da a los pobres y a quien defraudó le devuelve el cuádruple. Las traducciones al uso traducen mal, porque lo ponen en futuro y en condicional: «devolveré… si a alguien defraudé». Pero no es así como se debe traducir, pues el original griego está en presente: doy (didomi/do) y devuelvo (apodidomi/reddo). Es decir, cuando Jesús le pide ir a su casa ya sabe que Zaqueo se ha convertido a los pobres y reparte su riqueza, la mitad exactamente, no el diezmo como indica la ley, con los pobres y el cuádruple a los que defraudó. Zaqueo ha entendido cuál es la salvación que anuncia Jesús y la pone en práctica. Al contrario que aquel joven rico que se entristeció al saber que debía dar su riqueza a los pobres, este publicano, este pecador, ha hecho lo correcto y lo hace con gozo, por eso Jesús le dice: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

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