La Opinión de Murcia

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J. L. Vidal Coy

El Prisma

J. L. Vidal Coy

Luces de Navidad: orgía energética en tiempos de crisis

Las polémicas sobre las luces de Navidad son parte del paisaje previo a las fiestas. Se discute desde septiembre sobre el número de luces, su calidad, su intensidad, su estética, las combinaciones de colores y hasta las figuras luminosas entran en el controvertido paquete. Se trata de estimular las compras para que se repita la celebración mayor del consumo globalizado, pues incluso lugares sin tradición cristiana adornan sin pudor sus calles y centros comerciales para celebrar la tradición ‘infiel’: el gasto inconmensurable es lo primordial para unirse a lo más señalado del calendario religioso romano. ¡Qué más dan las creencias! Importa más lo que se gasta que el nacimiento de aquel profeta engendrado por un espíritu hace 2022 años, más o menos.

Hay más creyentes en el consumo que en el mito cristiano, por supuesto. Muchos piensan convencidos que si no hay luces la gente no compra. Es una simplísima aunque difícil de explicar relación causa-efecto entre las luminarias y la fiesta consumista. U otra similar, igualmente ininteligible, entre la luz ornamental y la alegría. Todo es forzado, falso e impostado: toca gastar al máximo, reír y divertirse porque sí, disfrutar de ‘cuñao’ en la cena del 24, de la fiesta desenfrenada del 31 y del happening final del 6.

La orgía llegará cuando Europa lleve casi diez meses en guerra. Los Gobiernos alertan desde el verano de la crisis energética en la que estamos instalados y cuyas consecuencias más duras se sufrirán a partir de ahora. Los responsables económicos trazan planes de contingencia energética y en algunos lugares se anuncian limitaciones a todas luces —nunca mejor dicho— insuficientes. En otros se sigue insistiendo en que hay que mantener la prestancia e intensidad del alumbrado navideño pase lo que pase, pese a quien pese. Si no, se comprará menos y serán unas fiestas navideñas tristes, desvaídas, dicen.

Junto a la irresponsabilidad manifiesta del argumento y a la falaz tergiversación del significado de las ‘entrañables’ fechas, se revela el sentido actual de las mismas: estimular el consumo en general y especialmente el de energía para alcanzar la ‘felicidad’ sin necesidad de pasar a mejor vida: al nirvana se llega gastando desaforadamente, divirtiéndose por obligación y deseando convencionalmente paz a los hombres (y mujeres, se supone) de buena voluntad. Los Ayuntamientos rivalizan a ver cuál empieza antes o dónde hay más luces.

Tamaña profundidad de pensamiento no atiende razones objetivas: la emergencia económica, climática y energética no existe, ni siquiera la solidaridad ahorrativa. Crece la proporción de familias en pobreza energética (y de la otra) mientras durante más de un mes el resto derrocha energía y dinero por escaparates, letreros, mesas, barras, calles y plazas como si no hubiera un presente ni un mañana problemáticos. Negacionismo consumista elevado al cubo. Hace tiempo que Papá Noel suplantó a los Reyes Magos.

Los biempensantes intentan engañarse con eso de que los led no gastan. Claro, siempre y cuando se mantenga su número y se reduzca su potencia. Nunca, si con la excusa del menor gasto se aumentan las luminarias. Se echan de menos acciones decididas de las administraciones para recortar drásticamente el desmedido gasto energético de las ‘entrañables fiestas’. Pero en vísperas electorales ningún consistorio ni comunidad arriesgará posibles votos con medidas ‘impopulares’: al parecer, la inmensa mayoría no quiere entender el riesgo climático patente y la crisis energética galopante.

Como si no estuviéramos alcanzando el punto de no retorno, se cierran los sentidos a la realidad climática y energética, sin reparar en que crece globalmente el número de los que no tienen entradas para la fiesta mayor. No importa. Pronto, después de enero, será primavera en algún sitio donde quien pueda continuará con la orgía consumista. Hasta la próxima. Hasta que dure. Y el que venga detrás, que arree.

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