La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

El Retrovisor

Eterno Don Juan

Julio Navarro Albero como Don Juan Tenorio. Ana Bernal

Noviembre trae aromas de crisantemos y cera, golosos sabores a huesos de santo, y sonidos del metal de las verjas en los panteones. Mientras, los cipreses se alzan altivos señalando al cielo como heraldos en los cementerios. El ambiente conventual se impone pese a los caprichos del clima, que más pronto que tarde nos deparará ventoleras que nos traerán humedades y ‘pelás’.

El año se va haciendo corto. Como si no hubiera dado tiempo para hacer nada y la vida tuviera prisa por escapársenos. Esos absurdos que se piensan a veces, porque a pesar de todo, hemos vivido con alegrías y penas desde el lejano enero.

Es el momento de recordar las estampas populares de las castañeras con sus braseros, que les dan pan y calor. Los novios trasladan sus idilios al interior de los cafés, y la televisión anima (a veces) la intimidad de los hogares. Menudencias que convierten al mes grisáceo en un mes activo, el mes de aquel ‘playboy’ que siempre ha sido Don Juan Tenorio y sus amoríos con la dulce Doña Inés.

El galán escaló ya el muro. En su jubón de príncipe luce la cruz de Santiago. Sus palabras no son satánicas, sino evangélicas. No habla de infierno, sino de paraíso. No es Lucifer, sino Don Juan.

Puestos a recordar, es el momento, las fechas así lo exigen, de dedicar un emocionado testimonio de afecto y admiración al gran actor murciano Julio Navarro Carbonell, el que supo restaurar en nuestras tradiciones la figura de Don Juan Tenorio, obra inmortal de José Zorrilla. Dio vida al Don Juan y al Comendador cediendo el testigo en el escenario a su hijo Julio Navarro Albero, excelente actor e inmejorable Tenorio.

Inolvidables días en los que se estrenaba en Murcia Mi Adorado Juan, obra teatral dirigida por Baldomero Ferrer ‘Baldo’ y que tuvo como protagonistas a Julio Navarro Carbonell y a su esposa Ángela Albero Pineda, y en papel estelar a Conchita Martínez Guillamón. Días de ensayo en el albergue Castillo de Olite, allá en el Valle alberqueño, días de ilusión y éxito rotundo en otros inviernos.

Es grato recordar la figura de Julio Navarro Carbonell, degustando en soledad una copa de vino en una soleada terraza al amparo de los muros del Teatro Romea. Y diré igual que el poeta Emilio Masiá: «A tanta efímera vida, deje paso tu huella incombustible de gran actor».

El hábito palpita; las albas tocas se estremecen, Don Juan Tenorio ha vuelto un año más envuelto en un halo de eternidad. Don Juan es inmortal, su juventud y belleza imperan entre capas y aceros toledanos.

Compartir el artículo

stats