La Opinión de Murcia

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Fulgencio

Menuda Historia

Fulgencio Martínez

Evocación de Eliodoro Puche por Martínez Valero

El pasado miércoles se presentó en la magna sala de actos del Instituto Licenciado Francisco Cascales el libro Otoño en Babel, de José Luis Martínez Valero (Águilas, 1941), obra publicada por La Fea Burguesía en junio de 2022. En la presentación, Francisco Marín, editor del libro, aludió a la necesidad y oportunidad en que surgió la editorial La Fea Burguesía a principios de la pasada década, cuando la crisis económica del 2008 aún hacía languidecer la cultura y no se adivinaba el maletín de milagros del presidente López Miras con el que promete, a partir de 2023, recuperar el dinamismo de la sociedad y, por tanto, esperemos, también de la abandonada cultura. El catedrático José Manuel Vidal habló, con acierto, de la doble condición del libro presentado: memoria personal y testigo de una generación, la de los 60, que abrió camino a la libertad en este país.

Otoño en Babel lleva a su madurez una literatura de diseminación del autor a través de los géneros: poesía, narrativa, de memorias, de autoficción, ensayo, crónica e incluso reportaje de la ciudad. En este sentido el libro continúa otros de Martínez Valero, como Sintaxis, publicado en la misma editorial que el libro que comentamos. Tres o cuatro momentos ‘estelares’ destacan en la sucesión de diálogos e historias vividas que encierra Otoño en Babel. Pero voy a centrarme en la primera secuencia: Lorca, finales de los años 50. El poeta Eliodoro Puche, antiguo poeta modernista y ultraísta, socialista radical en los años de la II República, que después de la guerra padeció cárcel en su pueblo, y a partir del 45 vivió en libertad vigilada, casi como un recluso en su casa, recibe la visita de un par de muchachos, a los que presta algunos libros de poesía. Los dos adolescentes, el narrador y su amigo, serán pronto ‘señalados’ por causa de esas visitas y lecturas. (La narración se sitúa en alguno de los últimos años de la década de 1950, 1956, 57 o 58, todavía anteriores a la ‘rehabilitación’ del poeta lorquino. El narrador, identificado con el autor, nacido como el autor en 1941, es adolescente).

Otoño es la palabra predilecta en los poemas decadentistas, hermosos, de Eliodoro Puche, y un homenaje implícito al poeta encarcelado y silenciado hay en el libro de Martínez Valero. Babel hace referencia a la playa de Alicante, en Benalúa, antiguo puerto o puerta (Bab-el, en árabe) de entrada marítima a la ciudad levantina. Allí, a Alicante, se trasladan la familia del narrador y éste, joven que vive sin mucha conciencia el motivo de exilio, como no podía ser de otra manera. Solo con el contraste en lo revivido por la escritura, salta esa causalidad, como una chispa, que ilumina un lugar de la memoria del autor y de la circunstancia de época narrada. El autor no desfigura la narración psicológica con retazos de crónica trazada a posteriori. Las ausencias en el texto, los silencios, lo no nombrado, como, por ejemplo, la muerte de Eliodoro Puche, en 1964, refuerzan la verdad del relato lírico.

Como en la novela de Baroja los personajes aparecen y desaparecen según estén en el foco psicológico de los intereses del narrador y de la acción. Como la vida misma. Al fin, creo que uno de los grandes méritos del libro es el de recuperar sin mixtificaciones la figura del poeta Eliodoro Puche, quien sufrió, sobre la represión y la cárcel, un infame retrato del periodista César González Ruano que le dedicó al poeta de Lorca en 1946 (Antología) unas «afirmaciones sensacionalistas y de mal gusto» (en palabras de Francisco Javier Díez de Revenga, en Eliodoro Puche. Historia y crítica de un poeta, 1980).

Lo que es el drama humano: el poeta fue revalorizado a finales de los 50 por un artículo del mismo crítico que antes le hubiera humillado. (A raíz de una visita de Ruano a Lorca y a casa de Puche en junio del 59, que tendrá eco local). Como en toda dictadura (en la de Franco como en la comunista de la época que se reforzaba en Hungría y pronto amenazaría Praga), formaba parte de la condena de alguien su muerte cívica, la destrucción de su prestigio y honor, así como su paternal reconocimiento si el verdugo se sentía finalmente ‘generoso’ y el ‘muerto’ suficientemente humillado y ‘reeducado’. Parece que Eliodoro Puche llevó con mucha dignidad, para vergüenza de los plumíferos del Régimen, ambos extremos: la deshonra pública y la reposición pública, igual que el olvido y la fama. Supongo que hoy sería igual su actitud.

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