La Opinión de Murcia

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Hoja de calendario

El fin del dogma neoliberal

Una vez elevada al 10 de Downing Street, la nueva jefa del Gobierno británico nombró a un ultraliberal, Kwasi Kwarteng, ministro de Economía, y las primeras decisiones del nuevo Gobierno fueron una múltiple bajada de impuestos. En concreto, en un ostentoso regalo a los ricos, se bajó del 45% al 40% la tarifa del tramo más alto del impuesto sobre la renta, al tiempo que se reducía de nuevo el impuesto de sociedades que Johnson había elevado del 19% al 25% para poder financiar ciertas ventajas fiscales de carácter social frente a la inflación.

El boceto de presupuestos que Kwarteng presentó el 23 de septiembre tuvo lugar apenas dos días después de que el Banco de Inglaterra hubiera decidido elevar la tasa de interés del 1,75%, al 2,25%, el nivel más alto desde la crisis mundial de 2008, y daba entender que proseguiría con sucesivas alzas en el futuro. La contradicción entre la política expansiva del Gobierno y la restrictiva del Banco Central era flagrante y evidente.

Tras este dislate, la agencia de calificación Standard & Poor’s mantuvo la calificación crediticia AA del Reino Unido en vigilancia negativa, claro presagio de una inminente rebaja debida a «la preocupación de que el paquete de recortes de impuestos no financiados propuesto por el nuevo gobierno aumente la carga de la deuda del país». Una posibilidad más que cierta porque las previsiones de crecimiento eran muy pesimistas, y cabía esperar, evidentemente, que las subidas de tipos de interés frenasen inevitablemente la actividad.

Liz Truss no pudo salvar la cabeza de Kwarteng, quien se hallaba Washington asistiendo a la cumbre anual del FMI, de donde tuvo que regresar vergonzantemente para recibir el cese. Pero ella misma ha perdido toda la credibilidad en este intento, cuyo fracaso representa el fin del dogma thatcheriano de que la receta universal frente a todas las crisis es la bajada de impuestos para que las empresas y los ciudadanos puedan maniobrar.

Semejante falacia proviene de la desacreditada ‘curva de Laffer’, ‘inventada’ por un mediocre economista que lanzó la tesis de que partiendo de la base de que la recaudación es cero con una tarifa del 0% y también cero con una tarifa del 100%, es posible trazar una curva entre ambos extremos que ofrezca un máximo en un punto determinado. Frente a este burdo enunciado, es ilustrativo reproducir el durísimo juicio crítico de John Kenneth Galbraith: «Partiendo de la circunstancia indiscutible de que si no se imponían gravámenes no se recogería ningún ingreso público y de que si los impuestos absorbían todos los recursos no se produciría ninguna renta, el profesor Laffer unió estas dos verdades indiscutibles con una curva a mano alzada que mostraba que, aumentando los tipos impositivos, el total de los recursos públicos primero aumentaría y luego caería. (...) En un ejercicio posterior de imaginación, el profesor Laffer pasó a sostener que la presión fiscal había superado en Estados Unidos el punto óptimo, obtenido, como ya dijimos, a mano alzada. (...) Es evidente que nadie en su sano juicio se tomó en serio la curva y las conclusiones del profesor Laffer. Hay que otorgarle, sin embargo, el mérito de haber demostrado que una manipulación justificativa, aunque evidente, podía ser de gran utilidad práctica. La reducción impositiva de la década de los ochenta fue, en no escasa medida, producto de la invención de Laffer.»

Kristalina Gueorgieva, presidenta del FMI, ha manifestado con claridad que no tiene sentido que los Gobiernos traten de compensar el alza de los precios mediante bajadas de impuestos que «no son efectivas ni se pueden costear». Además, «cuando la política monetaria pone un pie en los frenos, la política fiscal no debe pisar el acelerador porque si lo hace vamos a tener un viaje muy peligroso», ha dicho Gueorgieva, en un claro espaldarazo a las políticas europeas (también la española) de ayuda a los titulares de las rentas más bajas a costa de más impuestos solo a las más altas.

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