La Opinión de Murcia

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Julio Pérez-Muelas Alcázar

Las películas de Arturo Pérez Reverte

Nunca he estado en la filmoteca Francisco Rabal de Murcia. Fui uno de aquellos lorquinos que eligieron Granada para estudiar y luego la vida me ha llevado por unos derroteros bastante alejados de nuestra región. Sin embargo, me gusta consultar su programación porque rememoro títulos ya visionados y, en el mejor de los casos, descubro tesoros ocultos en esa especie de ruina troyana que es la historia del cine.

Observo en su página web que este trimestre dedican uno de sus ciclos a «la mirada cinematográfica de Arturo Pérez Reverte». Pérez Reverte, uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo, es también un consumado cinéfilo. Si leen sus artículos, o si siguen de cerca sus entrevistas o sus movimientos en redes sociales, sabrán que en su visión del mundo hay siempre un espacio reservado para las películas. Una buena prueba de ello es la lista de trece títulos que ha escogido para la filmoteca. Se trata de un repertorio asentado en el cine clásico con ciertas rarezas para paladares muy refinados.

Comienza Pérez Reverte con El capitán Blood (1935), una pieza maravillosa sobre piratas que apunta al corazón de nuestra infancia. El carácter aventurero de la literatura y la vida del escritor tienen mucho que ver con esta obra de Michal Curtiz. El doctor Peter Blood bien podría ser un personaje de alguna de sus novelas, tiene esa entrega y ese descaro tan frecuente en el alma creativa de nuestro hombre. Sirve también esta propuesta para reivindicar a Errol Flynn como uno de los grandes actores de todos los tiempos. Extrañamente, los críticos nunca lo incluyen en el firmamento hollywoodiense.

Las películas de Arturo Pérez Reverte

Cuando Pérez Reverte habla de cine uno sabe que John Ford no tardará en aparecer. Recuerdo un artículo suyo publicado en el XL Semanal donde defendía al director de todas aquellas voces que lo tachan (en presente de indicativo) de fascista. Resulta sospechoso que nuestra sociedad dé por buenas estas sentencias y que ni su visión poética del Western, ni la voz concedida a los indios, ni el protagonismo que toman las mujeres en su extensa obra hayan servido para zanjar este juicio cavernícola. En la filmoteca se pueden contemplar Fort Apache (1948) y La legión invencible (1949) para despejar cualquier duda en caso de seguir habiéndola.

El espíritu combativo de Pérez Reverte se evidencia con La infancia de Iván, la película de Tarkovsky que conquistó el festival de Venecia y a parte de la crítica en 1962. Yo no soy un apasionado de este emblema soviético, pero con su proyección se planta cara al rumbo radical que ha tomado el mundo de la cultura. Celebro que nuestra filmoteca no siga los pasos de la de Sevilla. Si recuerdan, hace unos meses suprimieron un pase de Solaris (1972), también de Tarkovsky, como protesta por la invasión de Ucrania. Los tiempos que vivimos son oscuros y se agradece que existan instituciones que sepan separar ‘las voces de los ecos’.

El clavo (1944) podría ser una de esas rarezas anunciadas arriba. Esta película, a pesar de estar sepultada en esa bruma que azota a casi cualquier realización fechada en el Franquismo, es fundamental para comprender la filmografía española. Si conseguimos sacudirnos las pulgas del presente coincidiremos en que posee tanto ritmo y belleza como otros títulos del Hollywood clásico incluidos en el ciclo.

Me sorprende, por último, encontrarme con Código del hampa (1964), la adaptación de The Killers (1946). Pese a que no soporta la comparación con el original (ni Angie Dickinson era Ava Gadner, ni el día de Siegel aguanta la noche de Siodmak), allí estaba Lee Marvin, uno de los tipos más sombríos que ha dado el cine, y un Ronald Reagan en plena forma.

Todas estas películas, y alguna más que imperdonablemente no menciono, planean en estos momentos sobre la ciudad de Murcia. Es un motivo inmejorable para acudir a la filmoteca y conocer en primerísimo plano los gustos de Pérez Reverte. Descubrirán, estoy seguro, a un cinéfilo extraordinario.

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