La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

JOSE MARIA DE LOMA

Encuentro

Feijóo y Sánchez en Moncloa. El primero quiere la casa del segundo. Se presenta en ella con corbata. El segundo, inquilino, no lo recibe con corbata. La corbata es el mensaje. Tras mucho tiempo siendo azul o roja, de boda o para la oficina, ahora es de izquierdas o de derechas. Feijóo con gafas para vislumbrar bien un descuido de Sánchez. El presidente, más ducho en el manejo de esa breve escalera desde la que espera al aspirante pepero, lo mira exento de miopía. Feijóo sube dando a entender agilidad y buena forma física. Sánchez lo mira desde arriba, o sea, lo supervisa, lo tutela, lo inferioriza. Vaya palabro, se empieza diciendo inferiorizar y se acaba no dando los buenos días o utilizando la palabra proctología en un soneto. Se dan la mano. Algo hay que darse. Antaño se daba la mano para demostrar que no se llevaban armas. Ahora las intenciones mortíferas se llevan en el teléfono, en el cartapacio, en la sesera o en los titulares inducidos. Apretón. Pero de manos. No tienen mucha pinta de darla fuerte. Hay que simular energía pero no romper una falange. Un fotógrafo grita: un momento. Los fotógrafos siempre quieren otro momento. El mejor momento por capturar está siempre por llegar. Sonríen. Sonríen los fotógrafos, no los dos políticos. Miran al tendido. Miran a los fotógrafos. Ligeros rictus de impaciencia. Se dicen algunas palabras de cortesía, tal vez acerca del tiempo, qué fresco por esta zona, presidente. Feijóo ya sabe si Moncloa es país para gorriones o si hay vencejos y cómo de frío es el aire de la sierra cercana. Si es que hay sierra cercana. Los centros de poder siempre tienen cerca una sierra, un río o una gran empresa en la que colocarse después.

El líder del PP porta una carpetita y unos folios. Necesita leer. Tal vez los nombres de jueces para el Consejo General. Tal vez son apuntes bajo el epígrafe ‘Cantar las cuarenta a Sánchez’. Pero Sánchez va ligero de papelaje. Lo que no sabe, lo pregunta. Como pregunta mucho, tiene muchos asesores. Los zapatos les brillan como en día de boda.

Hay un titubeo a la hora de entrar en palacio. La timidez a veces se disfraza de cortesía. Luego viene la escena del sofá. Ningún sofá está tan impolutamente blanco y limpio: sensación de irrealidad, de que están en otro mundo. No es plan de colocar un sofá comío de roña, no, pero ya me entienden. No está el sofá usado, no está vivido, es más bien un sofá de esos que las mamás o abuelas reservaban en el salón para las visitas. En aquellos pisos grandes y señoriales de otra época.

Tres horas juntos. Da tiempo. Un té tal vez. Dos españoles diciendo eso de «a ver si nos vemos».

Compartir el artículo

stats