La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Luces de la ciudad

Yellow submarine

Protestas en Rusia contra la movilización militar parcial decretada por Putin. EFE

Comienzo a escribir esta columna una semana antes de su publicación al escuchar la inquietante noticia de que Rusia ha sacado a pasear a su submarino K-329 Belgorod cargado con varios misiles nucleares supersónicos, entre ellos, el Poseidón, conocido, nada más y nada menos, como El Arma del Apocalipsis. Escuchar este nombre, ya de entrada, produce cierto canguelo. Así que si están leyendo ahora mismo este artículo es buena señal: todavía no ha estallado una guerra nuclear.

No pretendo banalizar con este tema, pero ante esta información no puedo evitar preguntarme qué haría yo en el supuesto de un inminente ataque nuclear a las principales ciudades de nuestra región.

Recurro rápidamente a la red en busca de datos que puedan indicarme cómo afrontar esta situación y lo que encuentro no es muy esperanzador, básicamente se resume en: ‘sálvese quien pueda’. Lo que sí me queda claro es que tengo que protegerme de tres elementos: la explosión, el calor y la radioactividad que llegará en forma de lluvia.

Cierro un poco más el cerco sobre mi absurdo supuesto y me autoimpongo un tiempo de reacción de veinte minutos antes de que se produzca el impacto.

Lo primero que tengo que hacer es localizar un lugar para protegerme y la verdad es que no conozco ningún refugio nuclear que me pille a mano, así que tendré que conformarme con el aparcamiento subterráneo que hay bajo mi edificio, que, mira, tampoco es desdeñable. Y ahora, algo importante ¿cuánto tiempo tendré que estar oculto? Ni idea. Mínimo dos o tres días, digo yo, por tanto, necesitaré avituallamiento. El problema es que no tengo tiempo para ir de compras al supermercado. Entro entonces en la despensa y respiro aliviado: me queda media pata de jamón y unas cuantas latas de atún, suficiente. Busco recipientes para embotellar agua y solo encuentro tres petacas para licor y una cantimplora de plástico de mi nieto, pueden valer. Pienso incluso en llevarme la mascarilla de oxígeno para la apnea, quizá evite la inhalación de radioactividad. Y si va a llover, un chubasquero también.

Pero nada de esto sería necesario si el impacto de la bomba consigue alcanzarme, reflexiono. La verdad es que ahora mismo no me apetece nada morir ni tengo previsto hacerlo en breve, que yo sepa, pero la sola idea de una presunta muerte, sin duda agónica, a causa de la radioactividad, me horroriza. Me consuelo pensando que aún podría ser peor, al menos no moriría enterrado vivo bajo una tonelada de hormigón, descuartizado por la hélice de un barco o un avión o devorado vivo por alimañas.

Creo que empiezo a desvariar, y aunque no me considere un hipocondríaco, me estoy agobiando; por tanto, lo mejor será acabar el artículo y dejar de preguntarme, como hace Serrat en su Pueblo Blanco, si nacer o morir es… indiferente.

Compartir el artículo

stats