Guardo un recuerdo cariñoso del señor Miguel, un bedel a quien traté en mis primeros años de profesor universitario. A los jóvenes docentes nos obsequiaba con dichos y refranes procedentes de su larga experiencia en distintos menesteres.

Uno de ellos era: «Los ricos no dan nada, pero los pobres dan menos». Propone que sólo puede dar quien tiene y además desea hacerlo. Descubre también que los pudientes no lo desean o, al menos, que es raro que lo hagan. La segunda parte deja en la ambigüedad si los pobres dan menos que los ricos, o nada, porque no tienen o porque tienen muy poco o porque no quieren. Esto chocaba con mi experiencia de que, en general, las personas con menos recursos suelen mostrar mucho contacto y apoyo mutuo, en especial en momentos difíciles.

Este mismo año, la prestigios revista Nature publicaba una investigación de Raj Chetty de la universidad de Harvard y sus colaboradores que abordaba la primera parte del consejo del señor Miguel, ¿dan algo los ricos? e indirectamente la segunda, ¿qué dan los pobres? Se basaron en las relaciones de amistad a través de Facebook, de unos 70 millones de norteamericanos y, en concreto, investigaban si una persona de nivel socioeconómico bajo que mantuviera contactos de amistad con personas de nivel alto, mejoraba económicamente de la adolescencia a la adultez.

Obtuvieron sus datos de la propia red social y de fuentes diversas, entre ellas el censo, niveles de educación y de distribución de rentas por áreas geográficas muy precisas. El hallazgo más significativo es que, efectivamente, las personas de bajo nivel socioeconómico que cuentan entre sus amigos con personas de mejores recursos, tienden con el paso de los años a mejorar su estatus más que los que no poseen tales relaciones.

A qué se debe este efecto de las amistades es algo muy discutido. Se acepta, en general, que el contacto con las personas más afortunadas ofrece más posibilidades de formación, de información sobre oportunidades, de hacer otros contactos o del acceso a más o mejores ofertas de empleo. Esta investigación añade dos aspectos que se deben cumplir para que tales relaciones sean efectivas: deben existir oportunidades de contacto entre personas e mayor y de menos nivel socioeconómico y los lugares e instituciones donde se realizan deben fomentarlas.

En consonancia con estos resultados vemos que algunas familias invierten en mejorar las relaciones sociales de sus vástagos al inscribirlos en colegios privados o en actividades extraescolares, de ocio o deporte, o en acudir a lugares de veraneo que faciliten el contacto con los más pudientes. Otros hallazgos de la investigación son más obvios: las personas tendemos a formar lazos de amistad con los de nuestra propia clase, los pobres tienen mucho contacto y apoyo entre ellos y, como también sabemos o podemos imaginar, los ricos suelen tener más amigos que los pobres.

Para fomentar estos lazos entre clases y su efecto beneficioso, la mejora del estatus socioeconómico, son muy importantes los lugares e instituciones en las que las interacciones entre clases puedan darse y mantenerse con más facilidad. Estas circunstancias se dan por ejemplo en la universidad pública, y se daban más aún cuando apenas había universidades privadas, como también sucedía en su tiempo con el servicio militar. En una sociedad en la que cada vez aumenta la separación entre clases no es mala idea aumentar la diversidad en las instituciones y fomentar los contactos entre personas de diversos niveles de renta.

Muchos, entre ellos el señor Miguel, ya lo sabían y ahora tenemos además la confirmación científica.