La Opinión de Murcia

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Verderías

Jóvenes sin techo

De entre las muchas cosas de la realidad que nos debieran sublevar, los precios y la carestía de la vivienda para los jóvenes es una de las que más irrita.

Como metáfora o ejemplo, los medios están dando cuenta esta semana de la situación de numerosos estudiantes Erasmus, tanto aquí, procedentes de otros países, como nuestros en el extranjero, que no consiguen encontrar una simple casa compartida de alquiler a un precio que no parezca de hotel de cinco estrellas. Como resultado, se acumulan las historia de jóvenes estudiantes que deben incluso rechazar la beca porque ni de lejos les alcanza, que subsisten días viviendo de prestado o, en las ocasiones más sangrantes y seguramente anecdóticas, que se ven durmiendo en los bancos de una estación de autobuses. En el mejor de los casos, los Erasmus terminarán viviendo en una casa de extrarradio, atestada y frecuentemente de muy baja calidad. Fantástica forma de comenzar con ilusión un periodo de vida en otro país que, por definición, debería ser una etapa especialmente ilusionante.

Los Erasmus son una simple muestra de las enormes dificultades de los jóvenes, estudiantes o no, para conseguir tener una vivienda mínimamente digna. Estudiantes, jóvenes trabajadores con alguno de sus primeros empleos, o parejas que quisieran independizase de los padres, para bien de ellos y de los padres, sufren un trayecto humillante a la caza de un piso para alquilar.

Las residencias de estudiantes a un precio frecuentemente prohibitivo no hacen sino remachar la sociedad de las desigualdades en las que sólo los jóvenes de familias con posibilidades conseguirán fácilmente una estancia digna en su lugar de estudio.

Según el último Observatorio de Emancipación correspondiente al segundo semestre de 2021, elaborado por el Consejo de la Juventud de España (CJE), sólo el 15% de los jóvenes viven emancipados de su familia. Este porcentaje revela bien a las claras los graves problemas de acceso a la vivienda que tiene este colectivo. La compra de un piso resulta prácticamente imposible para la inmensa mayoría de los jóvenes y la que era la alternativa de mis tiempos, el alquiler, está también lejos del alcance de muchos de ellos. Alquilar una habitación en un piso compartido es, en estos tiempos, una tarea mucho más difícil de lo que sería razonable.

Yo recuerdo, con mucho agrado, por cierto, que en mi época de estudiante y de mis primeros trabajos viví en muchos pisos compartidos. Quizás el recuerdo se contagie de la bruma feliz del antaño, pero creo recordar que los precios eran más que asumibles y que encontraba piso en unos pocos días de búsqueda, además a golpe de teléfono en un momento en que no había internet no había sido inventado para amlifcar la oferta.

¿Y que ha pasado en este tiempo para que la situación sea la que ahora es? No tengo ni idea, ni me corresponde. Dicen que la demanda supera a la oferta. Pues fantástico.

Ya veo lo bien que el mercado resuelve los grandes problemas.

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