Escuché en la mañana de ayer en la Cope que Jesús Quintero había dejado grabado un poema con el que despedirse. Acto seguido, he escuchado su voz recitándolo, y he asistido, como seguidor suyo, a su último programa.
«…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;/ y se quedará mi huerto, con su verde árbol, / y con su pozo blanco».
El poema se titula El viaje definitivo y lo publicó Juan Ramón Jiménez en su libro Poemas agrestres, de 1910.
Conocida era la sensibiilidad poética de Jesús Quintero, y también su amor por la poesía de su paisano onubense, el genial Juan Ramón, quien fue Premio Nobel de Literatura.
Cuando en mayo de 2006, en la Biblioteca Regional de Murcia, organizamos un homenaje a Juan Ramón Jiménez con ocasión del 50 aniversario de la concesión del Premio Nobel al poeta de Moguer y el 125 aniversario de su nacimiento, me hacía mucha ilusión traer al Loco de la Colina, pues sabía que este era amante de la poesía y fan juanramoniano. El encuentro sí pudo contar con otro genio, Francisco Brines (a quien presentó Ángel Paniagua, excelente poeta de esta tierra, cartagenero de adopción). No era común, por aquellos días, hacer pública la admiración a un escritor considerado elitista, de los supuestamente encumbrados a su torre de marfil, como era Juan Ramón Jiménez, quien dedicó sus libros «a la minoría siempre». Sin embargo, en sus palabras, durante el acto de homenaje, Brines, con toda naturalidad, comentó su deuda de formación con el autor de Platero. Aunque ausente en el acto Jesús Quintero, yo recordaba para mí el homenaje que, cada vez que tenía ocasión, le tributaba públicamente el popular periodista a su paisano el poeta minoritario. Ahora, ese gesto de adiós de Quintero con el poema El viaje definitivo me ha conmovido.
Con Jesús Quintero se nos va mucho, cada seguidor suyo (porque tenía seguidores como una estrella de rock) lo evocará a su manera. Pero yo quisiera recordarlo como aquel tipo que leía a un poeta minoritario, españolito reconocido por las Academias del Mundo, que murió en el exilio de Puerto Rico y del que, me temo, poco saben nuestros bachilleres. De Jesús Quintero, quizá algo les suene, quizá; o tampoco. De lo que casi estoy seguro es que la cultura (y ahí está el ejemplo de algunos como Jesús Quintero) no se puede encerrar en compartimentos estancos, ni se puede despreciar lo minoritario que suele ser las más veces lo que no es lo rutinario y vacío.