La Opinión de Murcia

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Diego Jiménez García

Dese mi picoesquina

Diego Jiménez

Neofascismo, una amenaza real

Ilustración de Leonard Beard.

La victoria de Giorgia Meloni, en las recientes elecciones del país transalpino, al frente de Fratelli d´Italia (Hermanos de Italia), formación nacida del posfascista Movimiento Social Italiano, ha encendido todas las alarmas en Bruselas.

Según nos recuerda Esther Palomera, en un artículo de elDiario.es, no es para menos. En el reciente mitin en Marbella de la campaña electoral andaluza, al que había sido invitada por Vox, la italiana proclamaba: «O se dice sí o se dice no: sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista; sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas; sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla».

Empero, y como no podía ser de otra forma, la caverna mediática española se ha encargado de iniciar un proceso de banalización de unos resultados electorales con los que la derecha tradicional italiana ha sido fagocitada por el universo ultra.

Cuando se produce este rápido ascenso de la ultraderecha neofascista cabe atribuir el hecho a causas diversas. Conocida la persistente inestabilidad ministerial en Italia, es fácil colegir que ello lleva al hastío de una ciudadanía que observa cómo el mando real del país cada vez tiene menos que ver con lo expresado en las urnas. Baste recordar que, desde que en 2008 Berlusconi ganó las elecciones y comenzó su tercera gestión al frente del Ejecutivo, el país ha tenido al frente del Consejo de Ministros a políticos tecnócratas, como Mario Monti o Mario Draghi, que nunca ganaron unas elecciones.

Se ha producido, por ello, un desplome de la participación en un país donde el acudir a votar se consideraba no sólo un derecho sino también un deber cívico: en las pasadas elecciones participó el 64% del electorado, nueve puntos menos que en 2018, lo que evidencia ese desinterés creciente de la ciudadanía por la política, perceptible desde 1979.

A mayor abundamiento, sumemos a ello la desnaturalización de la izquierda tradicional. Conocidos los distintos cambios que experimentó la socialdemocracia italiana, desde sus orígenes marxistas iniciales hasta su identificación con las recetas neoliberales que han conducido al Partido Socialista italiano a su irrelevancia en la escena política, notable ha sido también la desaparición del histórico Partido Comunista de Italia (PCI), que durante la II Guerra Mundial y la Guerra Fría tuvo un indudable protagonismo; por su influencia social y longevidad la ‘marea roja italiana’ fue considerada la más importante de la Europa Occidental, y sólo las presiones de EEUU a través de la CIA impidieron que se consolidara un Gobierno de coalición PCI-Democracia Cristiana (el ‘compromiso histórico’ de Enrico Berlinguer, impulsor junto a Marchais y Carrillo del eurocomunismo), sobre todo a partir del secuestro y asesinato del democristiano Aldo Moro en 1978.

La descomposición de la URSS en 1991 afectó al PCI, que se escindió en el Partido Democrático de la Izquierda (PDS, hoy PD) y el Partido de Refundación Comunista (PCR). Hoy, los herederos del PCI, que logró tener una potente estructura que en parte ha perdurado hasta la actualidad en regiones como la Toscana, Emilia Romaña o Umbría, siguen divididos. Segunda conclusión, pues: amplias capas populares de Italia, incluyendo a la juventud azotada por el paro y la falta de perspectivas, han quedado huérfanas de apoyos por parte de la izquierda, razón que explica que la derecha haya ‘barrido’ en las regiones industriales del Norte, muchos de cuyos ayuntamientos estuvieron en décadas pasadas en manos de aquélla.

Y un tercer dato: la falta de proporcionalidad en el sistema electoral y la desunión del centro izquierda, al no unirse el PD con el reformado movimiento Cinco Estrellas (M5S) ha conducido a que, hoy, la fuerza dominante sea la de Fratelli d’Italia, excepto en el Sur, donde M5S mantiene su predominio. No obstante, la propaganda mediática que trata de presentarnos una Italia caída en brazos del fascismo oculta una realidad: la persistencia de un importante polo de referencia de fuerzas de centroizquierda en el país. Para demostrarlo, unos datos: el Movimiento Cinco Estrellas y las fuerzas de centroizquierda nucleadas en torno al Partido Democrático han obtenido un total de 11, 7 millones de votos, mientras que el bloque de la derecha y la extrema derecha, al que algunos, eufemísticamente, califican de centro derecha (!), ha obtenido algo más de 12 millones. En la medida que el centrista Tercer Polo (de quien nadie habla) ha obtenido casi 2,2 millones de votos, hagamos números: una coalición tripartita entre el PD, el M5S y este último partido estaba en condiciones claras de disputar el triunfo electoral a las derechas.

Pese a la preocupante situación que ha supuesto el avance del fascismo en la tercera economía de la zona euro, hay quienes se aprestan a normalizar el fenómeno. En opinión del politólogo neerlandés Cas Mudde, de la Universidad norteamericana de Georgia, se ha hipervalorado la victoria de Meloni, pero se olvidan las derrotas recientes de la ultraderecha en Francia, Alemania, Noruega y Eslovenia, por poner algunos ejemplos.

Y en relación con la política exterior italiana a partir de ahora, Mudde opina que, como Polonia y Hungría, Italia depende en gran medida de la financiación europea, especialmente tras la Covid 19, por lo que, según él, es posible que Meloni se alinee con Polonia en el Consejo Europeo, lo que hará a Varsovia menos dependiente de Viktor Orban, primer ministro húngaro.

Según este politólogo, hay buenas razones para confiar en que el nuevo Gobierno italiano no sea un actor especialmente relevante en la política europea, pues Meloni, por su inexperiencia política, va a depender de políticos con ‘egos enormes’, ávidos de ser centro de atención y del poder. Concluye, además, que las elecciones italianas han sido ‘normales’, en el sentido de que los partidos de extrema derecha y sus ideas llevan al menos dos décadas formando parte de la política europea.

En contra de la opinión de Mude, considero sin embargo que lo ocurrido en Italia es un aviso a navegantes. Creo no equivocarme mucho si recuerdo que, desde los mismos inicios de la legislatura, hay una persistente labor de zapa, acoso y derribo del PP contra la actuación del Gobierno de Pedro Sánchez, tendente a un rápido cambio en la Moncloa. Y para ello el PP necesita a Vox, liderado por Abascal, un émulo de Meloni.

Más claro: España no está libre de lo que ha pasado en Italia, pero coincido con el articulista Javier Gallego en que no todo está perdido. Considera que, como he demostrado arriba con datos electorales, «los resultados engañan si no se miran con lupa, pues Italia no se ha hecho fascista». Nos recuerda que «el sistema italiano favorece las coaliciones» y que «si el centro izquierda se hubiera unido podría haber disputado la victoria. La izquierda europea y española deberían aprender la lección. Las divisiones restan, la suma multiplica». Concluye que «es un deber del progresismo dar respuesta a las necesidades materiales de la gente, a las angustias de la ciudadanía. Dejar de perderse en debates internos, atender a los problemas externos, escuchar a la calle», advirtiendo, no obstante, que, como relata la película Novecento, de Bertolucci, «por supuesto, tendrá siempre enfrente al capital que tratará de evitar cualquier transformación».

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