La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Tres millones de presuntos parados

El problema no es que el número de parados superara en nuestro país los cinco millones en los peores años de la Gran Crisis (en realidad una sucesión de crisis encadenadas entre el año 2007 y el 2014), sino que nuestro mercado laboral, aún en los mejores momentos, exhibe con enorme vergüenza el doble de parados que la media europea (12,5% frente al 6,2 en el segundo trimestre) y el triple que los países con un mercado laboral más dinámico. Por supuesto que eso no es culpa de los parados —faltaría más— sino de los responsables políticos a derecha e izquierda (sobre todo, hay que decirlo, estos últimos) que han perpetuado y profundizado un entorno normativo con penalizaciones y recompensas que desincentivan fuertemente la contratación y priman la inactividad. El problema, además, es que el paro en sí mismo es una fábrica de parados. La gente no consigue trabajo porque está en el paro demasiado tiempo y arruina así sus capacidades y habilidades. Lo que parece un premio —el derecho a cobrar el paro— se convierte en una maldición.

Estar parado en sí es lamentable y no gusta a nadie. Pero la verdad es que, con el subsidio paro más generoso de la OCDE (una agrupación de países con similares sistemas socioeconómicos), los incentivos para buscar trabajo son muchos menores que en otros países y la razón de que cientos de miles de parados se conformen con esa situación hasta que ven agotarse la prestación. Básicamente un trabajador tiene derecho a un año de paro por cada tres años cotizados, aunque con el límite de dos años por casa seis. Por muy vocacional que sea el oficio que desempeñe, hay poca gente que haga ascos a una merecida pausa después de un período de más o menos satisfactoria actividad. 

Un análisis del imperfecto mercado laboral realizado por tres profesores premiados con el Nobel de Economía en el año 2003 revelaba que era tan malo un paro demasiado corto (porque obliga a la gente a aceptar ofertas de empleo muy por debajo de sus curriculums), como demasiado largo (porque las habilidades del oficio en cuestión se deterioran mucho más rápido de lo que uno se imagina). Así, nuestro sistema laboral impone un impuesto al trabajo, que paga el empleador, para financiar una recompensa en forma de remuneración al parado altamente generosa. La conclusión —según el dicho clásico de los economistas— es que consigues menos de lo que gravas (empleo) y más de lo que incentivas (parados). 

A los costes para contratar y, poder sufragar después el paro, se une la extraordinaria rigidez que impone el sistema de indemnizaciones por despido también altamente generoso si lo comparamos con los países de nuestro entorno, que se convierten en cero patatero si el que decide abandonar la empresa es el trabajador mediante una baja voluntaria. Ello hace que la empresa que pase por una crisis de productividad se vea obligada a despedir los trabajadores con menor antigüedad, y no los más ineficientes, como debería ser si se tuviera en cuenta solo la continuidad del negocio. Antes de que te acuerdes de mi madre si no eres un empresario, te diré que los austríacos y muchos mercados laborales avanzados resolvieron este nudo gordiano que perjudica a las dos partes (empleadores y empleados maniatados por igual) con un invento que se llama ‘mochila austríaca’ y que consiste sencillamente en que el trabajador acumula un capital que le pertenece y se puede llevar con él cuando cambia de empleo, o cobrar al final de su actividad laboral. Así la empresa no tiene que asumir la carga de indemnizar cuando despide (en realidad ha estado pagando la indemnización en la nómina mensual) ni el empleado pierde nada cuando decide cambiar de empleador. 

Un ejemplo más de las rigideces que impone la izquierda en el mercado laboral es la demencial ley ‘rider’, de la que tanto presume la facción más radical del actual Gobierno. La multa confiscatoria que pesa sobre la empresa Glovo por la contratación irregular de repartidores con contrato de supuesto ‘falso autónomo’ es otro ejemplo de cómo la izquierda protege a los trabajadores aún a pesar de ellos mismos. Si se le pregunta a estos ‘riders’ si quieren estar más protegidos o en el paro, la respuesta es obvia. Veremos qué pasa ahora con esos falsos autónomos cuando se aplique el nuevo modelo que han adoptado estas empresas, que consiste en que las plataformas ceden el binomio de servicio y pago al restaurante que sirve la comida y al propio mensajero que la lleva al cliente, convirtiéndose ellos en un mero marketplace de encuentro entre ofertantes y demandantes. Se me hace que va a ser muy difícil que se establezca una relación laboral cuando el rider vende sus servicios (aunque sea a través de una app) al restaurante directamente que quiera contratarle una entrega.

Si el objetivo es normalizar las cifras de paro, deberíamos concluir que lo ideal es un mercado laboral autorregulado y sin imposiciones, en el que la oferta y la demanda se ajusten sin cortapisas de ningún tipo. Así básicamente funciona el mercado de Chequia, un país del euro, sin ir más lejos, que puede presumir de un 2,1% de paro. Obviamente no va a ser así. Nuestro sistema de relaciones laborales está marcado por los sindicatos que se hicieron fuertes durante el franquismo, y apenas han cambiado su mentalidad desde entonces. En consecuencia, aquí no podemos ni imaginarnos un mercado laboral dinámico, como es característico en el mundo anglosajón y asimilados. No solamente hay mucho menos paro, sino que los trabajadores, en consecuencia, no temen abandonar su empleo actual y buscar un trabajo mejor remunerado o que se adapte mejor a sus objetivos vitales y profesionales. 

Al nefasto sistema de penalizaciones y recompensas en el mercado laboral, se añade también en el caso español, el papel protector de las familias, que consienten en su seno la proliferación de ‘ninis’, jóvenes sin información ni empleo que disfrutan sin ningún escrúpulo de una adolescencia alargada por lo menos una década más que en cualquier país normal. Y es que este país puede presumir de muchas cosas buenas, pero ninguna de ellas tiene que ver con la cifra de parados.

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