Ya le costaba a Antonio Machado distinguir las voces de los ecos y eso que las noticias falsas de su época no eran tan abundantes ni tan sofisticadas como las actuales.

El caso es que sabemos que en una guerra, la primera víctima es la verdad, así que vete a saber: unos dicen que han sido los rusos, para castigar a Europa, los autores del sabotaje de las tuberías del gaseoducto Nord Stream y otros que los propios americanos, para culpar a los rusos y vender más gas del suyo. Lo único que deberíamos tener claro es que no sería la primera vez que en una guerra se hacen ataques de falsa bandera para conseguir unir filas en los propios y calentar a los tibios contra el enemigo. No digo yo que este de ahora sea uno de los casos, pero sí que se han constatado cientos de episodios de este tipo en todos los países, incluidos Rusia y Estados Unidos. Con los años la verdad aflora, pero solo en una parte de estos episodios, quedando muchos de ellos en la duda, como aquella explosión que destruyó el USA Maine, en 1898, que dio lugar a que los EEUU declararan la guerra a España.

A estas alturas del siglo XXI, algunos ingenios creíamos que algo había avanzado en el ser humano y que las guerras iban en retroceso, circunscribiéndose a zonas concretas, alejadas de ‘el mundo civilizado’, pero resulta que tenemos una en Europa y que ya empezamos a normalizar que se hable de posible escalada nuclear. Nos empiezan a convencer de que puede que se usen armas atómicas, como mínimo de una ‘baja intensidad’, que serían más potentes que las de Hiroshima o Nagasaki, eso seguro. Podemos comprender la guerra de legítima defensa, para expulsar al invasor, o al dictador que está masacrando a un pueblo, pero creo que después de las dos guerras mundiales, a nadie se le oculta que no hay conflicto que tenga sentido, que solucione nada, ni que tenga un vencedor.

Los rusos o los americanos han tenido que salir vencidos, pese a su ingente poderío militar, de muchas guerras en el mundo, y en otros lugares, pese a la aparente victoria, al final también han tenido que salir huyendo, sin haber arreglado nada, como de Afganistán. ¿Hay alguien que no se haya dado cuenta que todas las guerras son inútiles, además de incivilizadas y horriblemente cruentas y dolorosas? Pues claro que sí: las grandes empresas que hacen negocios multibillonarios con las armas, la destrucción y la reconstrucción. A nadie se le oculta que hay poderes e intereses mucho más poderos que los propios Gobiernos.

Desde el 24 de febrero, llevamos siete meses de esta Guerra de Putin, y no digo de Rusia, porque la mayoría del pueblo ruso no solamente no tiene la culpa, sino que está siendo manipulado por las soflamas y las mentiras de los medios manipulados de comunicación. A lo largo de la historia se ha visto que no hay nada que maneje mejor a los ciudadanos que darles una bandera y señalarles un chivo expiatorio o el fantasma de un enemigo maligno. Pese a eso, miles de rusos se están echando a la calle, protestando contra la guerra, sin miedo a que los encarcelen.

Ahora, con la decisión de Putin de recurrir al reclutamiento obligado, parece que los rusos empiezan a ver que esto no era una ‘operación’ ni unas ‘maniobras’, sino que estamos ante otra jodida guerra que, como siempre, los que tienen que poner su vida a disposición, no han votado. Los intereses estratégicos, económicos y propagandísticos de Putin y sus oligarcas, los hace culpables, pero eso no quiere decir que del otro lado estén los ángeles y los santos. En una guerra hay muy poco sitio para la bondad y casi ninguno para la democracia. Es verdad que algunos parlamentos europeos han hecho votaciones de si mandar o no ayuda a Ucrania, pero nadie se atrevería a someter a referéndum ninguna participación en la guerra de cualquier otro país. Por eso, a los países civilizados ayuda tanto el poner imágenes de los crímenes del enemigo y ninguna de las muertes infligidas por los propios. Otra cosa son las tácticas terroristas, que basan su poder en una gran debilidad que necesita demostrar su bestialidad y que salga en todas las redes sociales y medios de comunicación.

No sabemos lo que va a ser de nosotros, no sabemos hasta donde nos va a llevar la locura de la guerra, no sabemos lo que durará, ni si se les irá de las manos a los intereses armamentísticos, a los estrategas y a los locos. Lo que es cierto es que tenemos pocas opciones: No podemos cruzarnos de brazos y mirar a otro lado, tenemos que echar una mano a las ciudades y los países invadidos, pero también hemos de exigir cordura y contención y nuestro objetivo no puede ser otro que parar la guerra de todas, todas, que cuanto más dure más posibilidades habrá de que no quede nada ni nadie que lo cuente.

Aunque todo terminara mañana, la guerra ya está aquí, la estamos sufriendo con privaciones, crisis energética y economía. Cuando todo termine, no habrá terminado el sufrimiento de los más vulnerables de Ucrania, Rusia y de toda Europa. La situación es tan preocupante y las soluciones van a ser tan complejas y lentas, que no se explica que no estemos a una en toda Europa y dentro de cada país. Es verdad que deberíamos estar curados de espanto, que ya vimos en la pandemia que las oposiciones, como los negacionistas, en lugar de arrimar el hombro, se dedicaron a poner palos en las ruedas para intentar derrocar al adversario.

Una crisis tan grande como la pandemia y una guerra como en la que estamos inmersos, con una situación de derrumbe social y económico, no hay manera de afrontarla si no es con más solidaridad, más colaboración y más Europa… pero mira por dónde, hay intereses en que haya desunión en todos los órdenes, ¿a quién le puede interesar más que nuestras sociedades estén enfrentadas y Europa esté dividida, incluso puesta en cuestión? ¿Quiénes estarían más interesados en debilitar a Europa, incluso en romperla? y, más aún, ¿qué mejor receta para conseguirlo que fomentar el nacionalismo y la disgregación? No sé, pero esto es como cuando lees novela negra y el policía se pregunta ¿quién sale más beneficiado del asesinato?

Si al menos tuviéramos una organización de naciones unidas, que no estuviera manejada por el veto de nadie. Hemos llegado a un punto en el que es urgente la vieja utopía de un gobierno democrático y mundial, para dejar de ser marionetas, pero, sobre todo, para evitar el desastre.