Casualmente hace unos meses conocí la triste noticia de la muerte, en Zaragoza, de Juana Bonafé Gummá, única hija de aquel matrimonio ilustre que formaron Juan Bonafé y Adela Gummá; no hace falta resaltar la magnificencia del pintor que así se llamó y los valores plásticos que atesoraron aquellas personas imborrables de nuestra memoria.

Juana había nacido en Montauban, en Francia, a orillas del Tarn, el río que tantas veces pintara el maestro desde las orillas frondosas. Estancia obligada en aquel país por las desastrosas consecuencias de la Guerra Civil españolísima. Allí los Bonafé estuvieron ayudados por los Cuáqueros y los pintores ingleses que estuvieron décadas antes, en Murcia.

Cuando en La Alberca, en Murcia, se conoció el nacimiento de la niña, su abuela paterna, Magdalena Bourgignon plantó al fondo del patio de la casa familiar un eucaliptus que creció con los años hasta ganar en altura considerable, proyectando verdor y sombras generosas y que, paciente, esperó desarrollándose, la vuelta del pintor, la soprano y la pequeña niña: Juana.

Vivieron la posguerra en Murcia, muy integrados en el vecindario de La Alberca; algunas veces hemos escrito de lo que significó para Murcia y el arte la presencia de aquella inmensa autoridad que irradiaba los mejores valores de la pintura. Juana creció entre bellísimos cuadros y acuarelas paternos y la música al piano de su madre. Dos razones íntimas para la felicidad que le proporcionaron. Cuando superó la adolescencia se convirtió en una bellísima mujer; para dar una idea, en la línea de la actriz francesa Catherine Deneuve, a quién se parecía. Los chicos y muchachos de la época, los jóvenes artistas del momento, se enamoraron de ella con entusiasmo no disimulado. Eran los años 50-60, de agridulces recuerdos. Por seguir en la línea del comentario familiar, Juana se casó, en el Santuario de La Fuensanta, con un ingeniero aragonés destinado a Murcia, bastante mayor que ella, que le proporcionó seguridad en los tiempos difíciles y a lo largo de la vida. La renuncia a los apasionados pretendientes artistas para formar una familia se había hecho necesaria.

El triste calendario de la retrasada noticia que he conocido de forma no imaginada, sitúa la muerte de Juana Bonafé en fechas próximas al 29 de junio, día de San Pedro, de 2021. Ya se ha cumplido el primer aniversario y siento sincero dolor por su ausencia inesperada ya infinita y por ese silencio alrededor de su fallecimiento en la Murcia muchas veces impermeable a los sentimientos, fría y desentendida. Juana tuvo mucha relación con Murcia durante muchos años a pesar de su estancia en Canarias en los años mas trágicos; conservó durante tiempo la casa familiar, hizo exposiciones con la obra de su padre y estuvo vinculada al mundo de la música profesional desde Zaragoza. Ejerció la crítica musical en el Abc y organizó colaboraciones culturales de la especialidad con nuestra Comunidad.

El retorno definitivo a la capital de Aragón donde falleció, no hizo olvidar nunca a Murcia y sus raíces; ahora vemos con desasosiego que podríamos haber vivido de forma más estrecha con la familia Bonafé. Las cenizas del pintor reposan en el pequeño cementerio de La Alberca a donde se trajeron transcurridos diez años de su muerte en Canarias, en 1969. Los restos de Juana y Adela, su madre, reposan en Zaragoza o flotan en el aire del recuerdo convertidos en ceniza.

La pérdida ha sido grande; la memoria es hortelana y procuraremos no olvidar lo vivido. Fue hermoso, afable y eterno por valioso; seguiremos en el cultivo de los heliotropos que tanto le gustaban al pintor para sus preciosas obras; oiremos música en homenaje a Adela y a Juana y guardaremos la emoción de la ausencia. No se puede hacer mucho más.