La Opinión de Murcia

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Ernesto Pérez Cortijos

Luces de la ciudad

Ernesto Pérez Cortijos

Por fin el otoño

Por fin el otoño

Voy caminando por la vida, sin prisa, pero sin pausa cuando de repente, tras finalizar unas vacaciones, a ratos relajadas a ratos estresantes, soy abducido sin previo aviso, en el mes de septiembre, por una vorágine de acontecimientos festivo-culturales que provocan en mí un efecto inmediato de actividad frenética: concierto musical nocturno, inauguración de una exposición de pintura, proyección de un documental, recital de poesía… pero sin lugar a dudas, lo más abrumador es la feria y fiestas del pueblo. Esas mismas fiestas que de niño se resumían en la ilusión por que llegara el día en que mis padres decían: ¡vamos a la feria! Y caminaba feliz entre las atracciones con la estimulante compañía de los sonidos estridentes y las luces centelleantes y después… a comer buñuelos de bacalao a un merendero cercano.

Ahora, sin embargo, con otras edades, la feria supone el inevitable reencuentro con los amigos, momento a su vez deseado y necesario, que conduce inapelablemente a quedadas, comidas y guateques. Y ahí, comienza a complicarse la cosa. Albóndigas para allá, migas para acá, cerveza viene, gin tonic va. «Ufff, no sé si aguantaré hasta el final», pienso, pero sí, sí, aguantas, aguantas.

Y estando precisamente en una de esas, inmerso en una jungla de cabezas, brazos y piernas deseosas de pasarlo bien, es cuando me llama la atención la figura del depredador/a. Observo con atención y localizo varios/as que en ese instante van de caza. Jamás me atrevería a elaborar un perfil de alguien a quien no conozco, pero en esta ocasión detecto fácilmente dos tipos de cazadores/as, por supuesto muy genéricos: los depredadores/as ‘profesionales’ que actúan durante todo el año, y ahora no iba a ser menos, y que previamente fijan una presa para a continuación desplegar una estudiada estrategia perfeccionada a lo largo del tiempo: disimulos, miradas, gestos, acercamientos sutiles… y luego están los depredadores/as ocasionales, aquellos/as que ayudados por los efluvios etílicos y la exaltación de la amistad se buscan entre sí abalanzándose unos sobre otros y disparando a diestro y siniestro. ¿Cuántas historias acabaran en final feliz? me pregunto.

Y por ahí andaba yo, sumido en mis pesquisas, cuando me avisan que toca retirada. Lo agradezco. Estoy agotado. Escucho la música cada vez más lejana hasta que desaparece. Ha sido un mes intenso y divertido, pero ahora llega el momento de interpretar la partitura con otro tempo.

Soy consciente de que para mucha o muchísima gente el cambio de estación puede resultar un tanto deprimente, capaz de conducirles a un estado, espero que transitorio, de tristeza y melancolía. Pero a mí me ocurre todo lo contrario. Me gusta. Me gusta que las tardes se acorten, me gusta que caigan las primeras lluvias (al menos así debería ser), me gusta que la temperatura se suavice y me gustan los colores amarillos, ocres, rojos y naranjas de las hojas de los árboles.

Estoy contento: ¡por fin ha llegado el otoño!

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