Vilipendiada práctica habitual - José Luis Vidal Coy

Un océano de tinta, sonidos e imágenes ha empezado a fluir dándole vueltas y más vueltas al posible indulto del Gobierno a José Antonio Griñán. Frente a la relativa contención del PP sobre el tema, destaca la insistencia de los que están más a la derecha en rasgarse las vestiduras. Anticipan así la que será sin duda su reacción previsible si en algún momento llega a concretarse la medida de gracia. Ese instrumento de perdón parcial es potestativo, lo que infiere un carácter de discrecionalidad casi absoluto al asunto. (Otros hablan de ‘arbitrariedad’, en el mejor sentido). Siempre que la decisión del Ejecutivo se enmarque en parámetros que delimitan lo razonable, lo jurídicamente aceptable. Ahora bien, está claro que ambas pautas son vistas de muy diferente manera, dependiendo desde donde se mire. La ideología manda.

El indulto supone solo suprimir el cumplimiento de la pena de prisión impuesta al condenado. No implica ni una revisión de la sentencia ni una declaración de inocencia. Es una facultad que otorga el artículo 62 de la Constitución al Rey, a propuesta del Consejo de Ministros. También está fijado en otras cartas magnas de nuestro entorno: Alemania, Bélgica, EE UU, Francia, Italia y Reino Unido. Esa ‘arbitrariedad’ en manos del Gobierno de turno implica, si el graciado es político, que al indulto concedido siguen las protestas más o menos estentóreas de los partidos de oposición. Y especialmente ruidosa si la condena es por ‘delitos relacionados con la corrupción’, como es el caso de Griñán. Más aún en un asunto como el de los ERES fraudulentos de Andalucía, caballo de batalla de la derecha como lo es para la izquierda la triple condena al PP por Gürtel. Evidente, por tanto, que esas gracias a políticos otorgadas por el Rey pueden causar y causan enorme polémica. Queda progresivamente claro que quienes parecen estar dispuestas a hacer más ruido sobre Griñán son la extrema derecha mediática y política.

La razón es simple: son vírgenes de responsabilidad, la primera, y de gobierno, la segunda. Quiere esto decir que tienen más bien ningún muerto enterrado en el jardín o guardado en el armario, como sí lo tienen, y numerosos, los dos partidos que han gobernado desde 1978, cuando quedó aprobada en la Constitución una medida plasmada en una ley de 1870, sobre la que, a cada polémica, todo el mundo cae en que hay que reformarla. Pero luego, fuese y no hubo nada. Hasta la próxima. Como refleja CIV10, Ong que vela por la transparencia de los poderes públicos, desde 1996 se han concedido 231 indultos por corrupción. El de Griñán sería el siguiente. Aznar elevó al Rey 139. Zapatero, 62. Rajoy, 16. Y Sánchez, en cuatro años de gobierno, otros tantos: a los cuatro líderes del ‘procés’, condenados por malversación, prevaricación y sedición. Aznar concedía de media casi 18 indultos a ‘corruptos’ al año; Zapatero, 8; y Rajoy, 2,6. La de Sánchez es fácil. Se viene diciendo desde agosto que el indulto a Griñán estaría ‘cantado’ por el precedente de los perdones a los independentistas catalanes, con delitos más graves y numerosos que los del expresidente de Andalucía. Los dos votos particulares contra la pena de seis años en la sentencia del Supremo juegan a favor de la concesión del indulto al expresidente socialista andaluz. Sea como sea, lo que importa es alimentar la polémica y utilizar la gracia como arma arrojadiza contra el otro lado. Se trata de hacer ruido. Se seguirá haciendo mientras, como piden algunos juristas, no se reforme la ley de 1870. Entretanto, seguirá habiendo polémicas oportunistas. Y el Gobierno que ose plantear la reforma de la norma decimonónica será blanco seguro de diatribas y frémitos interesados. Porque probablemente se le acusará de buscar liberar a alguno de sus conmilitones condenado a prisión.

El patriota Juan Antonio - Pablo Molina

Juan Antonio Griñán ha sido condenado por corrupto, sin que quepa ningún atenuante. Además, ha cometido el peor acto de corrupción posible para un gestor político consistente en utilizar el dinero público para fines partidistas, toda una tradición en el socialismo andaluz, que con el escándalo de los ERE rompió todas las barreras de desvergüenza imaginables. A estos efectos, lo que hicieron durante más de una década los dirigentes socialistas andaluces fue mucho más grave que cuando un concejal ladrón o un consejero golfo trincan una comisión ilegal. Porque estos enriquecimientos personales no tienen más recorrido que acreditar la vileza de los protagonistas.

En cambio, cuando un político desvía dinero público para sobornar a una parte de la sociedad y ganar las elecciones, corrompe también la propia esencia de la democracia. A Griñán, presidente que lo fue del Partido Socialista Obrero Español, lo ha condenado la Audiencia de Sevilla, en sentencia ratificada por el Tribunal Supremo, por idear y poner en marcha un sistema de desvío de cientos de millones de los fondos de la Junta de Andalucía dedicados al fomento del empleo. Para ello diseñó una estructura paralela, al objeto de hurtar a los órganos de control políticos y administrativos oficiales el conocimiento de quién estaba recibiendo esas cantidades y en qué condiciones. Ahí hubo de todo, claro, y el hecho de que hubiera pequeñas empresas que cumplieran fielmente los requisitos que las hacían merecedoras de las ayudas no puede ocultar el hecho flagrante de que hubo también, como mínimo, 640 millones de euros evaporados sin que los beneficiarios de semejante maná providencial puedan demostrar a día de hoy que cumplían las condiciones para recibir esas ayudas públicas.

El argumento de los socialistas para tratar de indultar al responsable del mayor caso de corrupción de nuestra historia democrática (los robos de la banda de los Pujol no cuentan, porque esos juegan en otra liga) es que Griñán no se llevó ni un duro. ¡Coño, pues peor aún! Si hubiera trincado algún milloncejo inadvertidamente, con devolverlo con intereses, pedir perdón y salir para siempre de la política hubiera sido suficiente. El indulto habría agitado los telediarios y las tertulias radiofónicas un par de días y nada más. Pero lo que hizo el PSOE andaluz durante una década continuada fue gestionar más de mil millones de euros como si los fondos de la Junta de Andalucía fueran unos donativos depositados en la casa del pueblo a disposición del cacique del lugar.

Sánchez va a indultar a Griñán porque es de los nuestros, es decir, de los suyos. En todo caso, la bajura moral del personaje tras sacar de la cárcel a los golpistas catalanes es tan monumental, que evitarle la cárcel a un socialista histórico no le va a provocar un excesivo desgaste añadido. Otra cosa son las consecuencias electorales que un acto de gracia de estas características va a provocar en las candidaturas socialistas de las autonomías y ayuntamientos, a menos de un año de la cita con las urnas. Pero a Sánchez, como comprenderán, el futuro político de García Page, Ximo Puig o Javier Lambán le da exactamente igual. A él solo le preocupa Su Persona y el círculo más cercano de eso que se ha dado en llamar el sanchismo, una degeneración hipócrita del socialismo que va a reventar al socialismo para varias décadas. Así pues, es posible que Griñán rinda un gran servicio a la patria española evitando la cárcel, porque su indulto puede ser el vierteaguas en la trayectoria de un PSOE que ya no da mucho más de sí. ¿Dónde hay que firmar?