La Opinión de Murcia

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Alberto Garre

MONTECRUZ

Alberto Garre

Las mujeres en los Gobiernos de España

Siete fueron los padres de la Constitución. La norma suprema del ordenamiento jurídico español no tiene madre. Desde que Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara Campoamor accedieron al Congreso de los Diputados en 1931 hasta hoy, ninguna mujer ha sido presidenta del Gobierno de España.

Salvo Soledad Becerril, ministra de Cultura desde el 1 diciembre de 1981, ninguna otra mujer accedió a un ministerio en la etapa de la UCD.

No hubo presencia femenina durante el primer mandato del PSOE de Felipe González, incorporando, por primera vez en el Consejo de Ministros a Rosa Conde y Matilde Fernández durante su segunda legislatura en el poder.

Por vez primera, una mujer, María Teresa Fernández de la Vega, fue designada vicepresidenta del Gobierno en 2004 por el presidente Zapatero, que incorporó hasta siete ministras al Consejo de Ministros, primer Gobierno paritario. Igual distinción otorgó el presidente Rajoy a Soraya Sáenz de Santamaría, a la que acompañaron durante los dos mandatos populares cuatro ministras.

Pedro Sánchez ha sido el primer presidente español que ha contado con más mujeres que hombres, entre ellas tres de Unidos Podemos, atendiendo a la aritmética parlamentaria, y hasta con tres vicepresidentas, incluida Yolanda Díaz en sustitución de Pablo Iglesias, por la misma razón.

Deberíamos preguntarnos si durante cuarenta años no ha habido mujeres más capacitadas que alguno de los presidentes que han regido y dirigen actualmente el Gobierno de España desde 1982. Por qué las Cortes Generales, donde reside la soberanía popular, pueden estar representadas por mujeres como Luisa Fernanda Rudi, Ana Pastor o Meritxell Batet y, sin embargo, parece negárseles la acción de la dirección del gobierno.

No cabe duda alguna que cuatro son las políticas españolas que actualmente acaparan la atención política de los ciudadanos: Inés Arrimadas, Yolanda Díaz, Macarena Olona e Isabel Díaz Ayuso.

Quien fue capaz de derrotar electoralmente a los partidos independentistas catalanes, Arrimadas, cometió el error personal, o inducido, de abandonar el Parlamento catalán, desde cuya tribuna, con la fuerza moral de haber superado en las urnas a los nacionalistas catalanes, se hubiese proyectado en la política nacional con mayor éxito del obtenido en el Congreso de los Diputados.

Yolanda Díaz, diputada de Podemos y vicepresidenta del Gobierno tiene conforme a la mayoría de las encuestas de opinión nacional una notable aceptación, pero no así entre sus compañeras de partido, escaño y cargo, las ministras Ione Belarra e Irene Montero, así como el fundador del partido, Pablo Iglesias, lejos de Sumar, el proyecto electoral de Yolanda, le restan cada día credibilidad.

Macarena Olona se desenvolvía como portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados con una fortaleza de fondo ideológico difícil de percibir hoy en el mundo parlamentario, una fluida oratoria propia de una abogada del Estado, su profesión, y todo ello sin perder una sonrisa involuntaria derivada de la confianza en sus argumentos dialécticos.

Ocurrió que, al igual que Arrimadas, decidió, o decidieron, que era necesaria en Andalucía para dar a Vox impulso mediático en la campaña electoral y, posteriormente, soporte institucional al Gobierno andaluz del que sería vicepresidenta. Sucedió que Moreno Bonilla y el PP cosecharon una mayoría aplastante, que Macarena, aduciendo una enfermedad, renunció al escaño, se dio de baja en el partido dando un portazo, después tocó a su puerta y, ahora, el partido ha cambiado la cerradura para que no vuelva a entrar.

Solo Isabel Díaz Ayuso ha sobrevivido al proceloso mundo que viene acompañando a las políticas españolas, su trayectoria es intachable. Feijóo no le inducirá a cambiar de aires, la necesita donde está, y ella, criada en Chamberí, conocedora de la capital, le indicará el camino a la Moncloa que, hasta ahora, ninguna política española ha conseguido abordar.

Siete fueron los padres de la Constitución. La norma suprema del ordenamiento jurídico español no tiene madre, ni las presidencias de los Gobiernos nacionales de nuestra democracia tampoco, y ya iba siendo hora de que, al menos, alguien lo cuente.

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