La Opinión de Murcia

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ARTÍCULOS DE BROMA

Crónica del Rey salvado

En nuestro culto al futuro lo vamos mandando al trastero todo tan deprisa que ni siquiera da tiempo para empacarlo. Son modos de pasar página que, igual que en la lectura rápida, no permiten asimilación alguna, pero el pasado sigue ahí, como un cuerpo insepulto a la espera de entierro digno o un alma en pena que antes o después regresa preguntando, a voces en ocasiones, qué hay de lo mío. Los procesos de homogeneización de culturas, modos de ser y de vida, redes relacionales y hasta valores, practicados por Occidente para uniformar la masa global de consumidores, pasan por encima del pasado de los pueblos y de sus pobladores, que se agarran como pueden a las ramas de la orilla para que no los lleve la riada. Quizá podría verse en esa clave la explosión pasional británica por su reina muerta, que era de lo poco que les quedaba para seguir siendo alguien (hoy también es ya pasado).

Tal como ha sido enterrada Isabel II sólo cabe desearle larga vida a Juan Carlos I, por España, Majestad, más que por usted, porque deja detrás de sí una meseta entera de tierra quemada, como viene siendo nuestra historia desde el siglo XIX. Las últimas noticias nos llegan por Salvar al Rey, una serie documental que profundiza en el triángulo de actividad con el que ha alcanzado el emeritazgo: las maniobras extrañas, los negocios extra, las relaciones extramatrimoniales. Golpe, comisiones y queridas.

La fuente de revelaciones frescas es la fallecida fotógrafa Queca Campillo, que las ha dejado como herencia después de una larga carrera de auxilios mutuos entre ella y el Rey. Queca está en el principio y el fin: ella indignó a la reina Sofía cuando se la encontró encamada con su marido; Corinna la indignó a ella cuando vio los negocios que estaba haciendo con el rey Juan Carlos.

En la versión de esta serie, el Cesid puso sus espías al servicio de su majestad, para salvarle incluso de sí mismo, algo que no logró. La miseria de los actuales lodos viene de carísimos polvos antiguos porque el Rey hizo un uso privado de su pene cuyos costes fueron sufragados con dinero público, eso que se llama su dinero y el mío, en agentes de inteligencia, empresas estatales o privatizadas que nunca regalan nada a sus abonados. Para que vídeos íntimos con Bárbara Rey no salieran a la luz se pagaron a la vedete de la garganta profunda 600 millones de pesetas, algo más de tres millones de euros. Si se pagan tres por un chantaje de Bárbara, cómo no se van a dar 65 por gratitud a Corinna. Eso diferencia una mala acción de una buena. Donde no llegaban los espías alcanzaban grandes medios de comunicación que, por una vieja tradición vigente, anteponen las posibles consecuencias de una información a su publicación, olvidando que la no publicación trae consecuencias como el incumplimiento del trabajo y la perpetuación de la impunidad y su séquito personal y moral. Algunos paladines del Rey salen muy enfadados con él y nada con ellos. ¡A quién no le pasa!

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