La Opinión de Murcia

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Mónica López Abellán

Burda algarabía

No diré que la humanidad me ha decepcionado, porque suena demasiado tremendista y porque por mi vida han pasado, y siguen pasando, personas extraordinarias y no deben pagar justos por pecadores. Sin embargo, sí es cierto que cada día percibo con mayúsculo asombro un altísimo grado de irritabilidad, egocentrismo e ingratitud generalizado. No soy experta en sociología por lo que no sabría identificar las causas pero, desde luego, no me gustan las consecuencias.

Se olvidan a diario, por completo, los principios de respeto, educación y civismo que deben regir la convivencia (pacífica) entre personas. Nos dirigimos a los demás (y uso el plural mayestático por corrección) con agresividad e insolencia en cualquier contexto y sobre cualquier asunto. Interactuamos desde una posición de defensa, cuando quizás aún no ha habido ataque ni lo habrá. Hemos copiado las peores formas de los programas de ‘prime time’ en televisión y nos hemos convertido en maleducados y groseros tertulianos que viven de la crítica, la burla y la murmuración.

Además, nos hemos instalado en la intolerancia y la intransigencia y todo nos molesta; desde los ladridos del perro del vecino, el ruido de la puerta de garaje del de al lado o cualquier contrariedad que pueda producirse en nuestro entorno incluso de forma accidental. En los restaurantes y cafeterías, muchos comensales te miran mal tan solo al verte entrar con un niño. Y que conste que yo soy de las que trato de que mi hijo no resulte molesto para nadie, de una forma razonable.

En este contexto, las redes sociales, como altavoz que son, han favorecido la proliferación de este tipo de mensajes de encono y enemistad resultando la plataforma perfecta para aquellos sin demasiados argumentos sólidos pero con manifiesta beligerancia y mucho rencor. Me resulta incomprensible como hay quien se retrata en las mismas, usando sus perfiles personales o incluso escribiendo en perfiles más públicos y notorios, con semejantes testimonios y peor vocabulario. Me producen sonrojo.

Y es que pienso que aquellos que gozan de pruebas y argumentos no suelen hacer uso de esa hostilidad porque no la necesitan, sus razones son de justicia y no necesitan entrar a la gresca. Ni que decir tiene que también pienso que cualquiera con cierta educación huye horrorizado de tan ordinaria y vulgar algarabía y enredo.

Si al comienzo decía que desconocía las causas, tampoco tengo receta mágica para la solución; pero debe pasar, sin duda, por un autoexamen de conciencia y mucha más empatía y humanidad. Mientras tanto intento aplicar la máxima del filósofo oriental Lao Tse: «Responde de forma inteligente incluso a un trato poco digno».

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