La Opinión de Murcia

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LAS FUERZAS DEL MAL

Enrique Olcina

50 años de amigos

A la espera, como a Gabriel García Márquez, pero en pequeñito, de que me arrebate una llama de inspiración, no divina, pero sí de las chispas de los golpes que me doy en la cabeza para parir esta columna, que es un poco como el parto de los montes cuyo resultado final es un ratón, el mundo gira y se parece un poco más a esa realidad alucinada que nos tiene embobados, a mí el primero, con los funerales de Isabel II que se van pareciendo cada vez más y más a los de la Mamá Grande, y este planeta se asemeja por esa pompa fúnebre que nos tiene ocupados y que aunque está organizado por ingleses no lo excusa de tener ribetes alucinatorios, calculados, sí, protocolarios, también, aparentemente civilizados, quizás, pero no menos oníricos, lo que muestra que en el orden también habita la fantasía, que la realidad es mágica y que agudiza esa misma sensación que nos asalta a veces por la inmediatez con la que parecen suceder las cosas contenidas en las pantallas que nos cuentan esos mismos sucesos, todos al mismo tiempo, sin un orden cronológico aparente y narrados en sánscrito por el Melquiades que condena a las estirpes con Cien Años de Soledad a no tener una segunda oportunidad en esta tierra.

Mientras llegue esa apocalipsis sin fecha fija queda, como única opción, vivir, en la medida de lo posible, mientras se pueda, de la manera más digna, así que celebrar cincuenta años de una buena amiga se convierte en una excusa perfecta para hablar sobre esa soledad en la que habitamos, que siempre ha estado ahí, y en la que no deberíamos caer si podemos evitarlo, aunque, cuando les mando estos deberes yo soy el primero que intenta aplicarse en hacerlos, sin mucho éxito, probando a no estar demasiado solo pero recordando también que mejor bien solo que regular acompañado, lo que no era el caso del viernes. Ese viernes, esa tarde, me devolvió el placer las frases certeras, casi apotegmas, de Kiko, que me señaló oportunamente que se alegraba del debate político de estos últimos días porque se estaba discutiendo sobre matices, no sobre absolutos, y que la retirada de Pablo Iglesias de la política había sido una gran suerte para Venezuela, dado que las noticias de este país ya no aparecían en los medios, como si de pronto se hubiera convertido en una democracia más. Confieso que me encendí, una vez más, con la meliflua y parcial mirada de José Manuel y las famosas 154 cuentas de banco de Monedero, mientras intentaba no devolverle la lapidaria frase que un día me dedicó: tú y los que piensan como tú estáis equivocados.

Cuando Asun, a la despedida, me preguntó de qué iban a ir este artefacto que ahora leen le dije que iba a hablar sobre la necesidad que tenemos de estar cerca los unos de los otros, de decir lo que pensamos al mismo tiempo que nos obligamos a pensar cómo lo decimos porque tenemos al otro delante, que los textos escritos desde la soledad de nuestro ordenador, desde las atalayas de nuestros perfiles de las redes nada sociales nos condenan a perder, si son agrios, una segunda oportunidad en esta tierra.

Y que tenemos que vernos más, siempre, para nunca olvidar eso.

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