La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

El reino desunido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte

El reino desunido de la Gran Bretaña.

No hay nada más peligroso que un imperio en decadencia. Lo comprobamos estos días viendo la incapacidad manifiesta de los restos del imperio soviético por reconstituirse a sangre y fuego tras el estruendoso derrumbe final de la URSS. O no hay nada más patético, si uno se fija en la situación actual del eximperio británico, protagonista estos días de las noticias del mundo a cuenta del fallecimiento de su monarca más longevo, tanto en edad como en reinado, y el ascenso al trono de un rey francamente menos atractivo para el vulgo monárquico en la triste figura del rey Carlos III. Es un buen momento para repasar la historia reciente de este supuesto Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte (nombre oficial del país aquí conocido por Inglaterra, que solo una de las cuatro naciones que lo constituyen).

Y es que el Reino Unido, que inició la parte más brillante de su historia competiendo con el imperio español por tener un lugar bajo el sol en la colonización del continente americano, asaltando sus barcos con piratas respaldados por el sello de su reina Isabel I, se encuentra en este momento embarcado en un proyecto de refundación de dudoso futuro. El que fueran piratas y colonizadores sectarios, al margen de la confesión religiososa mayoritaria, los que marcaron el nacimiento y las características del imperio de los anglosajones, tiene su continuidad en la emergencia de los Estados Unidos en los siglos XIX y XX. Hoy vemos cómo los dirigentes británicos conservadores (encabezados por su nueva primera ministra, Liz Truss) se aprestan a reconvertir su capital financiera, Londres, en un nuevo puerto pirata, refugio de los capitales ganados de forma ilítica por los muchos cleptócratas que pueblan el mundo, especialmente los países pertenecientes a la Commonwealth. Liz Truss representa la victoria de ala más neoliberal del partido Tory, empeñada en convertir Londres en un ‘Singapore on Thames,’ un centro de atracción de capitales, a base de desregulación y bajando todas las barreras prudenciales que los países serios erigen contra el blanqueo de dinero. 

Parece ser que no han aprendido la lección del éxodo a Londres de de los oligarcas rusos, ocasión de los múltiples asesinatos acaecidos en la capital británica perpretados por los servicios secretos de Putin y la razón por la que las mejores casas de Londres en los barrios más exclusivos de la capital tengan esos precios desorbitados.

La historia de Isabel II, de cuya discrección deberían aprender todos los monarcas constitucionales del mundo, empezando por nuestro Rey emérito Juan Carlos I, se solapa en el tiempo con la historia de la decadencia imperial del Reino Unido, iniciada con una brillante descolonización aparentemente voluntaria (haciendo de la necesidad virtud) y terminando con el garrafal error de su salida de la Unión Europea, tomada al hilo de la endémica fobia de los isleños a todo lo que suene a inmigración y multiculturalidad. Parece ser que la familia real británica, empezando por la Reina, eran discretamente partidarios del Brexit, algo comprensible si tenemos en cuenta que la separación de Europa llevaba aneja la promesa de potenciar el papel geopolítico de la Commonwhealth, un sucedáneo de imperio con pocas funcionalidades prácticas pero altamente evocador de pasadas glorias y que otorga un papel sustancial, aunque simbólico, al monarca británico. 

Con el Brexit, el Reino Unido ha perdido la oportunidad de contrapesar la influencia de Alemania en el proyecto europeo, algo que añorarán por siempre los países del Este y del Norte pertenecientes a la Unión. También ha perdido con su autoexlusión su privilegiado papel de plataforma en la que las empresas se instalaban para acceder a los mercados europeos, empezando por las norteamericanas y terminando por Japón, China o Australia. El papel del inglés como lengua para el entendimiento global y el profundo cosmopolistismo de Londres, la megaciudad más habitable y confortable del planeta, hacían del Reino Unido el lugar ideal desde el que acceder a la mayor potencia comercial del mundo, la Unión Europea. El Brexit acabó con ese papel cardinal bajo falsas promesas de una soberanía recuperada (no existe soberanía absoluta en un mundo tan globalizado) y una mayor interconexión política y comercial con el mundo anglosajón, empezando por Estados Unidos, su sucesor en la detentación del cetro imperial.

Precisamente el deterioro imparable de su ‘relación especial’ con los Estados Unidos a cuenta del protocolo de Irlanda del Norte, denota claramente estos días las negativas e inesperadas consecuencias que está trayendo el Brexit un día sí y otro también. Con el cuerpo aún caliente de Isabel II y la tinta de la inaguración de Liz Truss aún fresca, los Estados Unidos no han tenido empacho alguno en avisar a la recién estrenada premier británica que la ruptura del protocolo de Irlanda del Norte, parte del Acuerdo Comercial firmado con la UE, pondría en peligro el tan anhelado y reiteradamente prometido acuerdo comercial con los Estados Unidos. Este aviso, proveniente de un Gobierno presidido por un presidente con raíces familiares irlandesas y que se comprometió a avalar los acuerdos que dieron fin a la guerra civil norirlardensa, deberá ser tomado muy en serio por la nueva administración británica. Pero, antes que nada, demuestra que la fantasía de la plena soberanía (take back control) fue siempre una mentira, por no decir una paja mental de los euroescépticos conservadores.

Y eso es solo un ejemplo de las patatas calientes que el histriónico Boris Johnson, el primer ministro más mentiroso de la historia del Reino Unido, deja a su sucesora en el gobierno de las Islas. Los asuntos más preocupantes son las fuerzas telúricas puestas en marcha contra la unidad del Reino Unido a cuenta del Brexit.

La situación de Irlanda del Norte está hecha unos zorros, con un Parlamento y un Gobierno incapaces de reconstituirse, Escocia sueña con un inminente segundo referéndum de independencia o, incluso, con una DUI en toda regla si Londres impide convocarlo legalmente y el Partido Nacionalista escocés dedice llevarla finalmente en su programa a las próximas elecciones escocesas. 

Y eso por no hablar de los problemas que están teniendo casi todos los sectores económicos del Reino Unido a cuenta de las relaciones comerciales truncadas con sus proveedores y compradores en el ámbito de la UE. En este contexto, el único rayo de esperanza es mirar el historial de la nueva primera ministra y comprobar su innegable experiencia de gobierno y su facilidad para cambiar de criterio y apostar por el caballo ganador.

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