La Opinión de Murcia

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Divinas palabras

Había una vez un padre sin honor

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos»

Evangelio del 24o domingo de Tiempo Ordinario. C. 11-9-2022.

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Lucas, como buen narrador de historias, nos presenta a Jesús al comienzo del capítulo 15 como un maestro de retórica que sabe utilizar los recursos orales ante su público.

El episodio comienza con los pecadores escuchando a Jesús, mientras allá al fondo están los fariseos y escribas murmurando. La imagen es impactante para el lector: queda claro quiénes son los seguidores y quiénes los detractores. Entonces, Jesús comienza su discurso en dos fases. Está hablando directamente a los pecadores, pero en realidad se dirige a los «puros» que murmuran entre sí. A ambos grupos les dirige el mismo mensaje, un mensaje que les llega por igual, pero que tiene distinta recepción. De ahí que tenemos una primera fase del discurso donde pone dos comparaciones dirigidas a los murmurantes. Comienza interpelando con claridad: «¿Quién de vosotros que tenga cien ovejas y ha perdido una no abandona las otras noventa y nueve y va a buscarla? o ¿qué mujer que tiene diez monedas y ha perdido una moneda…? Los que se consideran puros según la ley se ven reflejados en ese pastor y esa mujer que abandonan lo que tienen por buscar lo que han perdido, pues lo perdido es más valioso aún que lo que aún se conserva. A nadie se le ocurre despreciar lo que se pierde, pues forma parte del lote de la propiedad. De ahí que, al encontrar la oveja o la moneda, el pastor y la mujer salgan a la calle a pregonarlo para que todos sepan que han recuperado lo perdido y todos se alegren con ellos.

La segunda parte está dirigida a los ‘pecadores’ que siguen a Jesús y lo escuchan. Se trata del famoso relato conocido como ‘el hijo pródigo’, pero que debería llamarse «el relato del padre deshonrado». Un padre, según la cultura mediterránea, debe ser el dueño y señor de su casa, quien manda, a quien nadie chista. En el relato tenemos un padre a quien el hijo menor le pide la parte de la herencia, sin haber muerto aún. El padre accede y le da la parte que le tocaría en herencia. Se marcha, malgasta la riqueza y debe vivir trabajando de porquero. Reflexiona y decide volver a pedir perdón a su padre. Éste debería haber actuado como un paterfamilias y expulsarlo de su hacienda. Como «hombre que viste por los pies» debería rechazarlo, ya que no tuvo el valor de expulsarlo de su casa cuando solicitó su herencia. Sin embargo, este padre, en lugar de actuar según el honor, actúa según el amor, y lo recibe. Es un padre que se deshonra a sí mismo por el amor a sus hijos.

Así es Dios, está diciendo Jesús a los pecadores, que es capaz de actuar con amor y deshonrarse según los cánones humanos. Los murmurantes del fondo no entienden nada: Dios no puede ser así. Pero Jesús les muestra que sí, que Dios es como un padre que se deshonra por amor a sus hijos, por tanto, el Reino de Dios es un lugar donde los pecadores tienen un lugar privilegiado porque Dios ha elegido amar y no seguir los criterios humanos, como así hacen los fariseos y escribas, los de entonces y los de hoy también en la Iglesia.

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