La Opinión de Murcia

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Nos queda la palabra

La bolsa o la vida

Algunos siguen haciendo el agosto. No sólo climatológicamente. Si tiene que rellenar la nevera o alguna grieta tras los días de asueto, comprobará enseguida como los precios vacacionales son tan persistentes como aquel desodorante que nunca nos abandonaba. Los, nunca mejor dichos, pobres consumidores se ven pedaleando cada etapa para llegar a la meta con más sacrificio aún que los ciclistas en un día de puerto de especial categoría.

Uno que es un ingenuo, siempre a la cola del pelotón, quiere pensar que los supermercados, empresas, comercios, oficios y todos aquellos profesionales en contacto directo con los usuarios no buscan el máximo beneficio. Entendemos que, de acuerdo a una ruta lógica, son conscientes de que la situación es difícil y se pondrá más si agotan su principal fuente de recursos, que es el consumo interno.

Ciertamente el avituallamiento es obligatorio. Tanto como es el consumo eléctrico o los combustibles, cuyas grandes empresas no sólo ponen de su parte sino que, a las primeras de cambio, nos llaman tontos sin saber que el manillar ahora lo tiene Europa.

Una UE que ahora sigue el camino marcado por sus pupilos más aventajados que, quien lo iba a decir, visten la camiseta española.

Conseguido el hito de gravar los vergonzosos beneficios extraordinarios de las grandes compañías energéticas hora es de terminar con la amenaza constante y sonante a la hora de comprar el pan. La bolsa o la vida. Esa es la cuestión.

Allá aquellos que se fijen si existen desavenencias o no en el equipo, lo primordial es alcanzar acuerdos que alivien el peso extra que soportan los artículos de primera necesidad.

No puede ser que en esta carrera vital nadie pueda seguir a los de adelante, permanentemente escapados a lomos de la especulación y la elusión fiscal. No es de justicia que cada vez sean más los que se descuelgan. Así, que si es preciso meter otra marcha, hágase.

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