La Opinión de Murcia

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Herminio Picazo

El año que vivimos calurosamente

Recordaremos este verano como aquel que en el que certificamos que el cambio climático entró en nuestras vidas con una influencia medible. Si hasta ahora podríamos creer que los avisos científicos eran supuestos e hipótesis, la constatación de los extremos climáticos que sufrimos en este año deja claro cuál es la realidad y cuál es el futuro.

Me han llamado la atención los datos de la AEMET sobre las temperaturas de este verano en la Región de Murcia. Este agosto tórrido, ardiente, inclemente, que ha resultado ser el segundo más cálido en lo que va de siglo, resulta que ‘sólo’ ha registrado en su temperatura media mensual una anomalía de 1,5 grados con relación a la media histórica del mes de agosto. Es lo que tienen las medias. Quien piense que no es tan importante que un día veraniego en vez de 39 grados hagan 37 y medio o que un día de otoño es irrelevante que la temperatura sea de 17 grados en vez de 15,5, es que no ha comprendido el quid de la estadística.

Sin embargo, ahora sí que notamos en nuestras carnes, y en nuestra economía, lo que implica un dato estadístico que no parece tan espectacular. Piensen, además, que 1,5 grados es precisamente la cifra de aumento de temperatura media anual del planeta a la que el Convenio de Cambio Climático de París dice que no deberíamos llegar aplicando los esfuerzos que sean necesarios, y por otra parte es la misma cifra, décima arriba, decima abajo, que todos los modelos predictivos dicen que vamos a alcanzar a la vuelta de muy pocos años.

Aunque no es muy científico afirmarlo así como yo lo hago, el verano de 2022, el año que vivimos calurosamente, marca el inicio de una nueva era. Tendremos que pelear por compensar y mitigar en todo lo que podamos el cambio climático, pero sobre todo tendremos que adaptarnos a los extremos del clima, tanto personal y psicológicamente como en todo lo relacionado con la estructura productiva de nuestra economía.

Una derivada particularmente hiriente del calentamiento global en nuestras latitudes será la sequía recurrente y los cada vez más frecuentes episodios catastróficos de lluvias torrenciales. La buena noticia es que por ese lado sí que tenemos algunas oportunidades para que a medio plazo nuestra economía, nuestras infraestructuras y hasta nuestras vidas no resulten arrasadas. Si somos inteligentes lo deberemos hacer con soluciones basadas en la naturaleza e incluso con la recuperación de conocimientos ancestrales en las técnicas de cosecha del agua (piensen en los aljibes de recogida de lluvia), aunque llevadas a una escala contemporánea y más industrial.

Bueno. Quejémonos del calor y las inundaciones, pero rearmándonos en paralelo con el compromiso, individual y colectivo, de salir hacia delante. Habrá futuro. No es que quiera terminar esta columna con tono optimista, es que no nos queda otra.

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