La Opinión de Murcia

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Pilar Garcés

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Iñaki Urdangarin

En este valle de lágrimas

Iñaki Urdangarin. Ballesteros/Reuters

Los analistas del corazón y/o de las casas reales no llegan a un consenso sobre las razones del llanto de Iñaki Urdangarin. Como se recordará, hace un par de semanas la revista Diez Minutos publicó unas fotos en las que el exduque de Palma llora desconsoladamente dentro de un coche, en compañía de su actual novia, Ainhoa Armentia. Vigilado por sus escoltas, el todavía marido de la infanta Cristina llega al despacho de abogados de Vitoria donde trabaja su pareja, que interrumpe su jornada laboral para atender durante veinte minutos al hombre compungido. Él habla desolado con mucha gesticulación y en un momento dado prorrumpe en lágrimas, mientras su chica trata de confortarle con un abrazo. La escena, que ocurrió a finales de julio, ha mandado al olvido portadas de papel couché recientes que mostraban a Urdangarin y Armentia comiéndose a besos en la playa en su «primer verano de felicidad», o a Urdangarin y Cristina de Borbón juntos en Bidart «por el bien de sus hijos», pero demostrándose una gran frialdad entre ellos, o al clan Urdangarin en Formentera con papá al frente. Decíamos que los comentaristas de la prensa rosa no se ponen de acuerdo en el origen del desconsuelo del exjugador de balonmano porque como diría Joaquín Sabina le sobran los motivos.

El divorcio no avanza. Tras el shock de enterarse de la infidelidad de su esposo por la prensa, la sexta en la línea sucesoria española se ha rehecho y odia dar la imagen de mujer atascada en la humillación. La «interrupción de su relación matrimonial» no se formaliza porque el deportista olímpico carece de momento de oficio ni beneficio y así es difícil partir peras. De modo que la pareja incombustible que resistió unida el mediático juicio por el caso Nóos, sustanciado para él en condena a casi seis años por malversación, fraude, prevaricación, delitos fiscales y tráfico de influencias; el tándem que soportó el destierro anterior a Washington, cuando empezaban a investigarse los escandalosos flujos de dinero público a los eventos deportivos organizados por el cuñado del rey Felipe VI; el dúo que aguantó de la mano su cancelación como parte oficial de la Familia Real y la retirada del ducado de Palma que el emérito les dio como regalo de casamiento, se encamina a sus bodas de plata, que se celebrarán (es un decir) el 4 de octubre. Se acabó, aunque no legalmente aún, el cuento de hadas entre la infanta catalana, la nostra, que comenzó en 1997 en una boda por todo lo alto en Barcelona retransmitida bajo la batuta de Pilar Miró. Fastidiada con estrépito y publicidad. Se veía venir, del hombre que firmaba los correos electrónicos que cruzaba con sus amigos como «duque emPalmado», sonrojante anécdota ventilada en el juicio por corrupción tras el que acabó a la sombra.

La familia es la familia. Hace mucho frío fuera de la cárcel, y llueve fuera del paraguas de la realeza. La infanta Cristina ha visto a su hermano en Palma, durante sus vacaciones en Marivent con la Reina Sofía, su hermana Elena y los hijos de ambas, y ha recibido en Ginebra la visita de su padre desterrado en Abu Dabi. El emérito, investigado por irregularidades que podrían haber dado lugar a delitos fiscales, a blanqueo de capitales y a cohecho, asesora en lo del divorcio a su hija mediana, muy enfadado por la exhibición pública de la traición marital de Urdangarin. Curioso posicionamiento del «amigo entrañable» de Corinna Larsen, que le ha denunciado por acoso en los tribunales británicos. Se habrá escuchado algún «ya te dije yo» en la minicumbre de exiliados en territorio neutral. La infanta de España, que, según cuentan, le presentó a su progenitor al guapo joven del que se había enamorado en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 con un «más vale que te guste» que sonó a ultimátum, no desea hundir al padre de sus cuatro descendientes, pero este se siente muy solo en el trance. Cuenta con su propia familia, y por eso ha sufrido la denegación del permiso para asistir a las bodas de sus sobrinos en Estados Unidos por no haber cumplido la totalidad de la condena.

Un trabajo fallido. Iñaki Urdangarin recibió un gran aplauso hace unos meses al bajar junto a sus compañeros a la pista en la celebración del 50 aniversario del equipo de balonmano del Barça en el que militó con éxito. Barcelona parecía perfilarse en el horizonte del exduque ahora que no está obligado a pernoctar en una celda, pues su antiguo club le iba a facilitar unas prácticas como preparador deportivo. El emprendedor se proponía regresar para dedicarse profesionalmente a «ayudar a personas y empresas a superar problemas», pero parece ser que el Barça ha descartado tenerle en sus filas. Hay un coach en la cola del paro.

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