La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Manuel Muñoz Zielinski

Cuando lo antiguo no vale

Ilustración Leonard Beard

Vengo observando desde hace ya algunos años, que si se mantienen algunos elementos testimoniales de todo lo que se puede entender por la vida tradicional, o antepasada, o antigua, es solo por el trabajo de algunas personas situadas casi siempre al margen de los intereses políticos. En este aspecto, lo más inmediato al público es la música y el baile de origen popular, mediante encuentros y actividades muy acotadas al calendario.

En esto del baile y la música entendidos por tradicionales desde hace más de cuarenta años se viene produciendo un fenómeno cultural más vinculado al espectáculo que a la autenticidad de lo que se presenta. Agrupaciones presuntamente con interés etnográfico, solo reproducen canciones y bailes ‘sincronizados’ a estilo de otros géneros del espectáculo. Queda muy bien ante el público, pero muchas veces resultan ajenos a su propia esencia. Mi maestro Martínez Tornel ya avisaba hace más de cien años de la pérdida de autenticidad en esos bailes organizados.

Como se ha dicho, está habiendo un importante movimiento reivindicativo de estudiar y dar a conocer usos, costumbres y tradiciones que se están perdiendo. Pero, al parecer, esto es cosa de antropólogos, etnógrafos, historiadores y otros desocupados similares.

La vida cotidiana de los labradores y campesinos de hace cincuenta, cien o doscientos años fue muy dura. Había que pagar el rento, esperar que no cayese piedra en los sembrados, o que llegase en tiempo oportuno la lluvia para poder sembrar. Que los campos no fuesen atacados por plagas, y que las bestias no sufriesen alguna enfermedad. Apenas quedaba tiempo para el baile, puesto que este solo se hacía si todo había salido bien.

Habrá quien pueda pensar que quedaban los conjuros, las rogativas y las encomiendas a Santos y Vírgenes. Pero, debido a la tremenda actividad de todo lo dicho, apenas había tiempo para misas, y si se hacía era porque en el atrio de la ermita más cercano se reunían ahí para que el capellán les leyese los últimos edictos y ordenes de los alcaldes o de autoridades superiores. Si la ermita caía lejos, se dejaba el culto para otro día. Y por lo que se dice ‘comer, comer’, solo podían hacerlo los más afortunados.

Claro que había diversión. Pero esta se limitaba entre los varones a ciertos juegos que casi se han perdido, como los bolos o el caliche. Y entre ellas, adivinanzas y cosas más discretas. Como se ha dicho, el baile se hacía en función de cómo había ido la cosecha, o si había alguna novedad familiar: noviazgo, boda, nacimiento. Y cada uno lo hacía como sabía y como podía, tanto músicos como danzantes. Sorprendentemente en algunos lugares también se hacían danzas en los duelos, sobre todo de niños.

Querer mostrar toda esa vida de una forma sincronizada, y como lo denominaban los viajeros decimonónicos ‘pintoresca’, es ir contra toda una realidad.

No quiero hablar de la pérdida de elementos tan esenciales de aquellos tiempos como la ganadería (apenas quedan pastores), ni la arquitectura antigua. En otras partes (Alpujarra, Concejos Vascos, Cataluña) se recomienda a los arquitectos mantener las estructuras antiguas para las nuevas viviendas, al menos en su aspecto exterior.

Después de varios años de recorrer la Región de Murcia, no he encontrado en pie ninguna casa de las llamadas cúbicas, es decir de terrado de lágena, que a tenor de algunos reportajes fotográficos de los años 50 y 60 todavía era la construcción habitual tanto en poblados como en los campos. La barraca no era la vivienda más representativa de las huertas, ya que solo servía para el cultivo de los gusanos de seda y solo se usaba como vivienda en cierta época del año para esa actividad, o como almacén de aperos. Es verdad que durante los años más duros de la segunda mitad del siglo XIX, muchos labradores tuvieron que refugiarse en esos edificios ante las tremendas presiones fiscales, pero fueron los más damnificados por las riadas, ya que las ayudas las cobraron los dueños de las taullas inundadas. Muchos huertanos se vieron en la necesidad de emigrar.

La importante tecnología antigua de la cultura del agua, de la que tanto se habla, está en trance de desaparición. Molinos de todo tipo, almazaras (quedan tres antiguas en la huerta de Murcia y algunas más por los campos), lavaderos, pozos de nieve, y tantas cosas más que en otras partes están recibiendo especial atención tanto por entidades políticas como empresariales y económicas, aquí están casi en el suelo.

Lo más grave es que nadie se ha preocupado en contar que todo eso forma parte, si no origen, de las señas de identidad de una huerta, de una comarca, de una región. Y, como suelo comentar, no conozco a ningún labrador, campesino o huertano que vaya al tajo con pantalón blanco tipo zaragüel, sobre todo recién regado el bancal.

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