Habían decidido darse un tiempo. La relación estaba al borde de la ruptura. Él, además, había puesto tierra de por medio. Necesitaba espacio para pensar y se había marchado a la casa de verano de sus padres. Como estaban de viaje, tenía a su entera disposición el piso en primera línea de playa. En el chiringuito de abajo sonaba Bob Dylan:

   You’re gonna have to serve somebody, yes indeed

   You’re gonna have to serve somebody

   Well, it may be the devil or it may be the Lord

   But you’re gonna have to serve somebody

Sí, uno siempre tiene que servir a alguien. Y él la había elegido a ella. Estar cerca de Inés dolía, pero mantenerse alejado era una tortura aún más cruel. Solo había una cosa que temía más que sus airadas represalias: su indiferencia. Sin sus órdenes no era nadie, estaba perdido. Aquellos juegos de control y sometimiento habían acabado por anular su voluntad. Vivía atrapado en una perversa rutina diseñada para saciar la adicción sadomasoquista de ambos.

Cuando la conoció, él estaba soltero, tenía 23 años e Inés acababa de cumplir 35. Cayó rendido a sus pies. Era una mujer inalcanzable, poderosa y llena de confianza, que conocía mejor que él mismo sus propias necesidades. Sin embargo, ella le exigía obediencia y entrega absoluta para poder formalizar una relación. Así comenzaron un idilio enfermizo, pero consensuado, en el que aprendió a encontrar placer doblegándose ante ella, acatando su disciplina y filosofía de vida.

Cinco años después, el desgaste había comenzado a pasarles factura. A veces, él se preguntaba qué había sido de aquel chico con ganas de comerse el mundo, que aquella dominante insaciable había convertido en su dócil sumiso. Ella también estaba harta: "Yo sufro y aguanto más que tú. Saber que dependes de mí para todo es asfixiante. Recibir órdenes es mucho más sencillo que darlas", le reprochaba.

Sonó su móvil. Era ella. Le templaban las manos. Sabía que si no cogía el teléfono antes del tercer tono, Inés se enfadaría. Y mucho. Era muy estricta con sus normas.

 -Hola, ¿me has echado de menos? Espero que hayas descansado, porque te espera una buena.

Una violenta arcada le encogió el estómago de golpe. Su vuelta a la sumisión era inminente: el lunes regresaba a la empresa de toldos y tapicerías. Cuando le colgó el teléfono a su jefa, le vino a la cabeza la frase de Diderot: "La sociedad en su conjunto es un sistema despreciable de humillaciones». Desde el chiringuito, Bob Dylan seguía agravando su depresión postvacacional: «But you’re gonna have to serve somebody...". Decidió abrirse una cerveza mientras su mujer preparaba en la cocina el último aperitivo del verano.