Párese un momento. Ahora, salga de su cuerpo y mírese desde fuera. Obsérvese cómo contemplaría un cuadro: el lugar en el que se encuentra, la compañía (si no está usted solo), el aspecto que tiene en este preciso instante y la actividad que está realizando (en este caso, estará leyendo). Bien. ¿Qué cree que diría su yo del pasado -su yo de 8 años, por ejemplo- si le enseñan esa imagen? ¿Se sentiría orgulloso, extrañado, confuso, triste, maravillado?

El mayor ejercicio de creatividad que podemos realizar es imaginarnos siendo. Y digo el mayor porque es una tarea que requiere valentía y mucha generosidad, ya que para trascender nuestro ‘yo de toda la vida’, para superarlo, es necesario derribar nuestros propios prejuicios y no dejarnos frenar por nuestras limitaciones presentes.

En los primeros años de vida se estimula más esa autoimaginación, de manera que los niños hacen frente con arrojo y desparpajo a la trascendental pregunta ‘¿qué quieres ser de mayor?’. De adultos, esa proyección con voluntad de potencia se convierte en un escenario improbable y borroso, que evitamos plantearnos. «¿Que cómo me imagino dentro de 30 años? Pues vivo, espero. Y si puede ser, en un yate», sería la respuesta tipo.

Parece que el paso de los años nos resta coraje y ambición en el juego de ‘imaginarnos siendo’. Hay una frase de Carl Gustav Jung que a mí me ayuda a proyectarme más allá de mi realidad y yo actual. Dice así: «De las vidas no vividas se puede morir». Es decir, todo aquello que está en nosotros y que queremos ser -aunque no lo expresemos o nos lo neguemos a nosotros mismos- debemos hacer que ocurra.

¿Qué implicaciones tiene esta máxima? Muy sencillo: si usted se ve a sí misma siendo una famosa violinista, entonces comience por apuntarse a clases de violín. Si, por el contrario, se imagina como una superventas de la novela negra, empiece por escribir relatos cortos en sus horas libres. No puedo garantizarle que materialice su sueño, pero sí que cuando contemple desde fuera esa imagen (la de usted tocando el violín o dándole a la tecla, ya sea en el salón de su casa o para el gran público) se sentirá plena y satisfecha.

Dejar de imaginarnos viviendo otras vidas apaga nuestro espíritu y, lo que es peor, nos amarga. Los caminos que no recorremos, las decisiones que aplazamos, los cambios de rumbo que nos negamos, nos matan silenciosa y lentamente. Por el contrario, abrirnos a ese futuro incierto, atrevernos a fracasar con espíritu deportivo y ser fieles a nuestra esencia, nos convierte en protagonistas (que etimológicamente significa ‘el primero en la lucha’) de nuestra propia vida. Y lo que es mejor: de todas las que nos quedan por vivir.