La Opinión de Murcia

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Jutxa Ródenas

Erre que erre (rock and roll)

Jutxa Ródenas

Sumisa no te quiero

Jutxa Ródenas.

Diluir parte de nuestro ser y perder la esencia para alcanzar así la afinidad deseada. Coincidir en los detalles estableciendo una gestionada comunión por no sentirnos solas. No se me ocurre nada más triste y poco acertado que tejer una relación así, si previamente no nos hemos demostrado la capacidad de delimitar nuestra identidad conviviendo con una misma. Mimetizarse, adoptar una apariencia que no nos pertenece porque a alguien le gustamos dóciles, complacientes, manejables... Todo resulta más sencillo y fácilmente dominable cuando cedemos a esa coligación que la sociedad nos impone, dónde gritar lo que pensamos o cómo nos sentimos supone agredir a quien nos maneja, como si del Vamos a jugar de Parálisis Permanente fuera esto.

   Vivir en constante sumisión, siempre predispuestos para recibir órdenes del que se piensa líder. Da igual si es un jefe o tu marido, cualquier cabeza pensante tiene poder sobre quien no se atreve a expresar sus deseos por evitar la confrontación, seres vulnerables y con frecuencia dependientes emocionales.

   Ceros a la izquierda a menudo en femenino singular; y el contrapunto, las que se muestran competentes para dirigir el cotarro, dispuestas o capaces de dar el primer paso si se precisa son tachadas de irreverentes, facilonas, y automáticamente pierden el éxito que puede arrastrar otra igual que se las dé de misteriosa, vaya ser que nos carguemos de un plumazo un comportamiento social estereotipado y avancemos sobremanera, perecita me da escribirlo. Como ejemplo basta saber que sólo el 9% de países en todo el mundo cuentan con una mujer como jefa de Estado , y, créanme, así nos va.

   Paradoja, el desaliento por conseguir según qué metas si no se vacía este cúmulo de conductas obsoletas y hábitos poco beneficiosos. Y no, no nos hemos salido ni un milímetro de la línea de sumisión. Porque esta, cuando es consensuada y placentera, seguramente alcance el nivel Santísima Trinidad en la escala de valores que cada una se gestione, sin llegar en la mayoría de casos a tener que parecerse a Séverine (Catherine Deneuve) en Belle de Jour (Luis Buñuel, 1967), dónde el sometimiento vendría dado en forma de oscuras fantasías, deseo y masoquismo.

   Asumir un rol de insubordinación que brota de los misterios del subcontinente puede resultar escandalosamente divertido cuando se gestiona junto a un maestro de ceremonias que consiga tu revolución interna, que te describa extremadamente bella o relate las facetas de una mente poderosa y brillante. Esto no tiene que ver con la censura del feminismo blanco, Dios me libre. Aquí todo y nada es veneno, la diferencia está en la dosis.

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