La Opinión de Murcia

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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

La primera ministra se menea

Ilustración de Elisa Martínez

No veía un baile tan bueno al más alto nivel desde que el primer ministro David se marca una solitaria coreografía en Love Actually, ese peliculón. Como se recordará, Hugh Grant danza por el interior de Downing Street número 10 al ritmo de Jump (For My Love) de The Pointer Sisters hasta que se topa con la hosca mirada de una de sus secretarias y la sesión de desenfrene tras una ardua jornada laboral acaba abruptamente. Por algo así, aunque con algo menos de flow, se acorraló a otro inquilino de la citada mansión, Boris Johnson, hace unos meses, cuando las fiestas estaban restringidas por leyes de su Gobierno. Cuestión de contexto. Hugh Grant ha contado que odió rodar la mítica escena: «Imagínate, un actor británico cuarentón completamente sobrio, a las siete de la mañana, y te dicen ‘venga, Hugh, vuélvete loco’. Fue un completo infierno». Cumplió como un profesional. La homóloga finlandesa del enamoradizo David en la vida real y en otro siglo, Sanna Marin, ha sido vista bailando como una posesa en un vídeo privado, filtrado por torpeza o con malicia, y se duda de su capacidad de dirigir un país si se contonea en camiseta de tirantes y pone morritos ante el teléfono de sus amigos en sus ratos libres.

   Una mujer joven y atractiva en política es y será siempre un bulto sospechoso. Cuesta entender el escándalo que le han armado a la socialdemócrata vegetariana, universitaria, criada por dos madres, madre de una hija y aficionada a los festivales de música, elegida en una coalición de partidos algunos comandados a su vez por treintañeras, en el país que en los últimos cinco años ha encabezado el Informe Mundial de la Felicidad. En él se destaca siempre como factor de calidad de vida en Finlandia la defensa de la conciliación, el ocio y el tiempo personal.

   La gran Angela Merkel sentada en una silla en el concierto del Festival Wagner se lo está pasando bien, aunque no se le note. Nadie osaría criticarla, ni a doña Sofía en la Catedral de Palma escuchando un Réquiem. El amago de discutirle a Letizia Ortiz la oportunidad de bailar desmelenada a Beck o a The Killers no prosperó por exceso de caspa. Las músicas actuales penalizan, casan mal con el poder, y la ecuación por la que Sanna Marin desenfrenada en una fiesta no será capaz de meter a su país en la OTAN se ha planteado sin complejos.

   Imagino que quienes les votaron conociendo su perfil para que fuese la persona más joven en ocupar el cargo en la historia de su país no pretendían que inmediatamente se transformara en su antítesis y se encerrara en casa a hacer calceta. No creo tampoco que les haya gustado verla justificarse ante la extrema derecha, que personifica la mirada bajón sobre cualquier persona que haga cosas en libertad. A los partidos nacionalpopulistas que representan las ideologías peores y a sus voceros no hay que darles un test de drogas cuando te lo piden, o te lo pedirán todos los días. Muy por el contrario, se debe echar mano de ese bonito concepto finlandés llamado ‘sisu’, y que puede explicarse como la fuerza interior, la resistencia y la determinación para mantenerse en su sitio, y enviarles a husmear en sus propios cajones de la ropa interior, que ya amainará la tormenta. Nunca justificarse. Coger el micrófono oficial con toda seriedad y tomar prestados unos versos de la canción del verano, el Despechá de Rosalía. «Ya decidí que esta noche se sale. Hoy no trabaja (uh) esta morena (no). Fuck la fama (eh), fuck la faena (ja)».

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