La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Épica

Es cierto que puedo parecer un ser humano bastante corriente y del montón. Sin embargo, mi interior alberga un poder fuera de lo común, que me lleva a protagonizar heroicas gestas. Hace menos de diez minutos, sin ir más lejos, he rescatado de las garras de la muerte a tres hombretones. «Eres una exagerada», dirán ustedes. Pues sí, lo soy, para qué les voy a llevar la contraria, pero eso no resta un ápice de épica a mi historia.

   Les cuento cómo ha sido la cosa y así juzgan ustedes mismos. Resulta que, como ya he mencionado en algún artículo, estoy de mudanza. Vivo rodeada de cajas, papel burbuja, polvo, grandes pelusas, trastos inútiles y cinta de embalar. Total, que hoy era el día en el que, por fin, los de la empresa venían a llevarse los muebles.

   Han llegado bien temprano. Eran tres hombres: uno de mediana edad y dos chicos muy jóvenes. Se han presentado educadamente, les he explicado cómo iba el tema y se han marchado a buscar el camión para aparcarlo en la puerta de casa. No habían pasado ni cinco minutos cuando he recibido una llamada al móvil. Era un número que no conocía. He contestado al primer tono.

   -Gema, soy Carmelo, el de la mudanza. Mira, es que...

   -Hola, Carmelo. Dime, ¿qué pasa?

   -Que nos hemos quedado encerrados en el ascensor. Los tres... Ya he llamado al teléfono de la compañía para que vengan a sacarnos, pero no sé cuánto van a tardar.

   -Vale, espera. No te preocupes. Dime exactamente en qué piso estáis.

   -En el bajo. Pero no podemos salir. La puerta no se abre.

   -Vale, tranquilos. Voy para allá.

   El tono de claustrofobia mal disimulada de Carmelo era comprensible. El ascensor de mi edificio es un minihabitáculo con cien años de historia -y aquí no exagero-, famoso entre los vecinos y los técnicos de la zona por sus frecuentes averías y achaques.

   Con la determinación y el arrojo de un armado caballero, he bajado rauda las escaleras, les he dirigido unas tranquilizadoras palabras a mis tres ‘damiselos’ en apuros y, cual MacGyver en chancletas, he realizado una maniobra maestra en el vetusto mecanismo que ha obrado el milagro.

   Al abrir la puerta la escena era dantesca: los tres hombretones allí apretujados, sudando la gota gorda y con unas miradas de agobio y vulnerabilidad extrema. Cómo sería la cosa que hasta su intrépida heroína ha sido incapaz de contener la risa.

  -Madre mía, muchas gracias. Fíjate que pensaba que nos íbamos a quedar sin aire y les he dicho a estos dos que respiraran más despacio -me ha confesado Carmelo, ya aliviado y con sincera devoción.

   Esto, insisto, ha sido hace un rato. Desconozco qué nueva y grandiosa hazaña me depara el mañana, pero ya les iré contando. Por cierto, la mudanza ha ido bien.

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