La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Fugaces

Cuentan que un intelectual murciano (valga el oxímoron) entró una vez a un bar, se acercó a la barra, cogió el periódico, lo sostuvo un momento entre sus manos y, sintiéndose ultrajado, lo arrojó lejos de él. «¡Pero si es de ayer!», exclamó con un profundo desprecio.

La vida de un ejemplar de periódico no sobrepasa las 24 horas, un breve intervalo que, en nuestra era digital, nos parece demasiado. Por eso ya no compramos periódicos, sino que consumimos sus webs, a las que accedemos varias veces a lo largo del día con la expectativa de encontrar noticias de última hora y actualizaciones permanentes. 

Las ediciones digitales de los periódicos publican ‘noticias’ que harían palidecer a sus ancestros de papel. Supongo que en las facultades de Periodismo ya se estudia el ‘clickbait’ como un género más, a la altura de la semblanza. «Estos patitos ven el agua por primera vez. No creerás lo que pasa a continuación», «Esto es lo que tu dermatólogo no quiere que sepas», «Le tiraron un huevo a la cara. No te imaginas cómo reaccionó», o mi favorito, «Un hombre bajo los efectos del LSD salva a un perro de un incendio imaginario».

Nos hemos convertido en yonquis de las actualizaciones permanentes. Necesitamos ese chute de novedad intrascendente que nos proporciona nuestro móvil, como el adicto su dosis de heroína. El problema es que los contenidos que consumimos no se retienen en nuestra memoria, se evaporan de nuestro cerebro y tan pronto como llegan, se van. Por eso necesitamos más y más.

Empalmamos una historia con otra, una imagen con un vídeo, un aforismo hueco con otro. Nos empachamos de fugacidad pero seguimos muertos de hambre, porque nos nutrimos de lo efímero y superficial; ese puré para desdentados que consumimos y, al mismo tiempo, nos consume. Lo denso, imperecedero y sustancioso no tiene cabida en nuestro mundo digital. Nuestros rapsodas contemporáneos son los influencers y nuestra medicina para el alma sus píldoras de vacuidad en forma de pie de foto.

Las plataformas también favorecen la compulsión audiovisual. Nos pegamos maratones (o atracones) de series tan frívolas que, a pesar de haber invertido más de seis horas de nuestro tiempo en devorarlas, no seríamos capaces de escribir ni dos líneas narrando su argumento. Para colmo, nos explotamos a nosotros mismos generando contenidos diarios en nuestras redes, con la falsa creencia de que nos estamos realizando, cuando en realidad estamos mendigando ‘likes’, como apunta el filósofo Byung-Chul Han. 

Hoy somos fugaces, pero no tanto en un sentido existencial como neuronal. Narcotizamos nuestro cerebro con ese vaivén enloquecido que nos engancha, al mismo tiempo que nos deja noqueados. Todo muere y nace en 30 segundos, el tiempo que le dedicamos a la reflexión y el que concedemos a nuestra castigada memoria.

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