La Opinión de Murcia

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Observatorio

¿Puede ganar todavía Pedro Sánchez?

Todas las encuestas electorales dan al Partido Popular como ganador en unas elecciones generales. Con un promedio de ventaja del PP sobre el PSOE que ronda los dos puntos, y con valoraciones de los líderes que van en una misma dirección. Desde la defenestración de Pablo Casado, Alberto Núñez-Feijóo llega primero, sacándole un punto a Pedro Sánchez, desbancando incluso a Yolanda Díaz como político mejor valorado. En estas condiciones, con un PP al alza, aupado por una peligrosa pero efectiva estrategia de la suma -yo me encargo del centro, Isabel, y tú sigue pescando en los caladeros de Vox-, y con una inflación del 10,8%, resulta temerario pensar que Sánchez todavía pueda ganar. Sin embargo, esta posibilidad existe. Aunque no depende solo, ni principalmente, de lo que vaya a ocurrir en España durante los 15 meses que faltan para las elecciones generales.

De los tres desafíos mayores a los que se ha enfrentado Sánchez, el covid, la guerra y la inflación, el último es sin duda el más difícil de roer. Pese a la gravedad que alcanzó la pandemia, y el coste de las medidas sanitarias, Sánchez salió mejor parado de su gestión que muchos gobernantes europeos, en términos de valoración. Sin embargo, la procesión iba por dentro y afloró a la primera de canto: en Castilla y León y en Andalucía. Un trasvase de votos del PSOE al PP como el que se produjo en el feudo andaluz solo se explica por causas profundas que van más allá de los candidatos. El hastío ante una crisis social, rematada por la guerra de Ucrania y el alza de ideas populistas que defienden soluciones fáciles frente a los relatos más sofisticados. Una doctrina que Núñez Feijóo ha abrazado con cierto éxito, con la ayuda de Isabel Díaz Ayuso y en detrimento de Santiago Abascal.

Sánchez intuyó acertadamente que la guerra de Ucrania constituía una oportunidad para recuperar el vuelo. La guerra, por un lado, actúa en contra suya, por el coste que supone para la sociedad, pero también puede jugar a favor si ayuda a dar sentido a la acción del Gobierno. Por una parte, supone más aprietos, más angustia, y más incógnitas para muchos ciudadanos. O sea, menos votos para el que gobierna. Por otra, le ha ofrecido a Sánchez algo que parecía imposible hace unos meses: presentarse como el adalid de tiempos nuevos, dominados por riesgos que están en la mente de muchos votantes. Tiempos que abonan un nuevo atlantismo, menos ideológico, y más acorde con los riesgos que encarna Vladimir Putin, por mucho que el Donbás quede casi tan lejos de Madrid como Oriente Próximo. Ello explica que las encuestas hayan arrojado una valoración positiva de la cumbre de la OTAN, en un país donde el antiamericanismo viene de lejos. Ante un Feijóo que no ha avanzado ni una sola idea en política exterior, este es sin duda un as en la manga de Sánchez. Con dos inconvenientes. El primero, que la guerra no depende de él, ni de su principal aval en Bruselas, Ursula von der Leyen. Depende de Putin. El segundo, que la política internacional no suele ser un tema prioritario en un país como España, que no ha participado en ninguno de los dos grandes conflictos europeos y que no es un régimen presidencialista. Para que este as se transformara en votos, Sánchez debe convencer a los electores de que una victoria de Putin sería una derrota histórica para la UE y que España quedaría al pairo. Empobrecida y al albur de cualquier amenaza.

La recuperación que siguió a la cumbre de la OTAN duró dos días, hasta que la inflación alcanzó los dos dígitos. El tiempo suficiente para celebrar un Comité Federal del PSOE en olor de remontada, pero no para frenar el alza del PP. Frente a ello, la estrategia del Feijóo es la de esperar a que pase el cadáver del presidente. Poco más. Si acaso, aprovechar las disputas internas del Gobierno, las amistades peligrosas de Sánchez y sus imprevisibles vaivenes. Unos días en tono comedido y otros dejando que el ayusismo marque la pauta, siempre que Isabel no confunda criticar al PSOE con desacreditarle a él. Tan difícil es creer que Sánchez pueda recuperar la iniciativa siguiendo como si nada, como que Feijóo llegue a la Moncloa sin despeinarse. Si la guerra sigue, ganará quien sea capaz de trazar un hilo conductor entre pandemia, guerra e inflación. Explicando que forman parte de un mismo reto. El de una Europa que permitió ganarle la batalla a la pandemia, que tiene arrestos para frenar las fantasías de Putin y que cuenta con entidad para reordenar el galimatías energético, geopolítico y económico al que estamos confrontados.

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