La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Enrique Olcina.jpg

Cartas cruzadas

Enrique Olcina

Mitad

Querida rubia:

Volví de Madrid pero esta vez lo hice de día. Dormir sentado no es dormir. Eso se aguanta cuando no has cumplido los treinta, a partir de esa edad, en fin, ya sabes. En el trayecto de vuelta me ventilé La novia gitana escrita por Carmen Mola, que luego resultó ser un trío lalalá de escritores, entre los que se cuenta el lorquino Agustín Martínez, lo que me sirvió de gimnasia de lectura. Leo mucho, pero no leo de seguido, leo, creo que leemos, texto chatarra y me cuesta quedarme con un relato continuo. Tanto es así que tengo atragantado El infinito en un junco, que es ameno, curioso, bien escrito y mejor planteado. Quizás es que, con las redes sociales, nos hemos acostumbrado a un ritmo de narración que no es el de los libros. Por eso, visto el resultado, hay que volver a recuperarlos, y en eso ando.

Cuando estés leyendo esto estaré celebrando el medio siglo de Gorka. Si me tengo que remontar al amigo más duradero, sin duda es él. Hijo de un vasco y de una canaria, con Gorka empecé una conversación con siete años, cuando jugábamos en las playas de Calarreona, que se ha mantenido hasta ahora, que se puede callar en meses pero que nunca se interrumpe, siempre fluye, evita las banalidades, esa conversación superflua que no nos lleva a nada, y ataca directamente a lo que en ese momento nos mueve y nos interesa. Siempre delgado, siempre incisivo, Gorka parece una rapaz dispuesta en una rama a lanzarse sobre un buen debate. Me sucede con poca gente lo que con Gorka. Se abre la página por donde lo dejamos y seguimos hablando como si no hubiera pasado el tiempo, o, más exactamente, asumiendo el paso de ese tiempo escrito con la mejor de las narraciones, y habrán cambiado las cosas pero el cuento de lo nuestro no ha cambiado. Eso me pasa con pocos amigos, que no exigen un recuento detallado de ese tiempo de silencio sino que saben leerlo, y tú has de saberlo con ellos, con una mirada, en el aire que rodea. Y si no, preguntas, pero poco, porque todo funciona sin fisuras.

Cuando estés leyendo esto estaré también celebrando un viaje al pasado, pero de eso ya hemos hablado, salvo porque hay lugares que no son físicos, con poco decorado, que se montan en cualquier instante cuando se dan las circunstancias adecuadas, que es cuando aparecen las personas y comienza la acción. Junto con Gorka está la pandilla del verano, más algunos que se han sumado nuevos, a los que estamos como esperando a Godot y no nos importa mucho que llegue o no llegue. Han pasado matrimonios, nacimientos, divorcios, alegrías, tristezas, cosas, en fin, la vida y nos buscamos en esa coraza que hemos ido construyendo para encontrarnos los unos a los otros.

Se habrá iluminado el cielo también en Águilas con un castillo de fuegos artificiales que, como en muchos pueblos y ciudades, señalan la fatídica mitad de agosto. A partir de ese momento, por más que queramos echar el freno de mano ya no es la cuesta arriba del verano sino que los días de asueto parecen estar hechos de una materia más frágil y ligera, o como anuncia mi madre cada año ominosamente, que el verano se acaba, aunque queden quince días. Quizá sea porque lo que aplazábamos para septiembre está más cerca, las decisiones importantes, el ponerse a dieta, el dejar de fumar, el buscar el amor, el trabajo o retomar las cosas que dejamos al principio de agosto como ese libro que no conseguimos acabar. En fin, la vida.

Un beso. Lo de los sueños lo dejo para otra carta, pero sin falta.

Compartir el artículo

stats