Muchas han sido las mujeres que han luchado por conseguir un espacio relevante en un mundo dominado por el patriarcado, sin ánimo de ofender. En esto de la conquista por la igualdad hemos dado grandes pasos y lamentables retrocesos, perdonen que no me posicione de parte del feminismo excluyente. A pesar de los méritos de muchas, no concibo una sociedad donde se estigmatiza a los hombres como potenciales maltratadores. Tal vez soy de las privilegiadas que conviven cada día con un jefe, compañeros, pareja, hijo y amigos para nada violentos, indiferentes e insensibles. A mi me han tocado los que cada día hacen lo posible por conseguir esa igualdad desde la excelsitud y el mérito, jamás en el desprestigio o en la falta de respeto. Los hombres que me rodean son imparciales y ecuánimes, si algo bueno tienen los años es la cruel pero didáctica capacidad para ponerte en situaciones de las que, si no te matan, te ayudan a crecer y retener la experiencia necesaria para saber que árbol da la mejor sombra. Quizás Norma Jean Mortenson jamás encontró cobijo bajo una mano protectora; abandonada a su suerte desde chiquitita, nunca un hombre cercano le mostró el mínimo aliento, estímulo o comprensión. Marilyn vivió sometida por hostigadores que nunca la quisieron bien. Los lobos que conoció, aparecieron en su vida colmándola de atenciones y objetos materiales pero jamás escucharon su lamento al ser vilipendiada por un sexismo pasmoso y sistemático que aún perdura en la industria del cine y la música, doy fe. Ningún compañero de reparto, amigo por dignidad como fue Tom Ewell o un genio a la par que critico y censurador padre protector, el grandioso Billy Wilder, tuvieron las agallas para agarrar a Di Maggio y partirle las piernas tras ver cómo su compañera de rodaje llegaba al estudio con la cara destrozada por los golpes un día después de filmar la famosa escena sobre la rejilla de ventilación del Metro de Nueva York, con ese majestuoso diseño de W. Travilla, a pesar de ser la mayor responsable de haber recaudado doce millones.

Blonde Bombshell será eternamente recordada por su sensualidad, misterio, envidia, deseo o lástima. Muy pocas somos las mujeres que vemos en la actriz un ejemplo de fuerza y perseverancia, sin la creencia burda y colectiva del estereotipo injusto que la califica de rubia tonta y sin prejuicios. Marilyn se bebió la vida a cucharás, si algo tuvo claro fue que desbordaba lo que a otras le faltaba. Fue capaz de demostrar que la imperfección es belleza y la locura genialidad, que mejor sola a infeliz. Alguien así, merece todo el respeto y todos los diamantes.