Querido Enrique,

He dejado Las Negras, ha sido todo un descubrimiento, y estoy segura que volveré. Antes de irme me senté en la galería del mar a ver mirar el cerro negro por última vez y su atardecer. Han sido días reparadores junto a Lydia y Eduardo, he dormido unas siestas de dos horas, después de días de playa sin salir del agua, nadar, comer muy rico y conocer gente que sé que me volveré a encontrar, porque no sé cuando pero al Cabo y a Las Negras, volveré. 

Inicio mi camino de vuelta a casa, pero antes parada obligada en Mojácar, toca el encuentro anual con los de siempre, como cada verano, aunque ya nada sea como antes, pero encontrarme con los amigos con los que he pasado momentos inolvidables de mi vida, es parte de la terapia del verano. Me encanta que lo hayamos hecho tradición, intentar juntarnos los que podemos para contarnos la vida, recordar anécdotas que nos hacen llorar de la risa de los veranos en los que nada importaba, sólo estar juntos y emplazarnos a volvernos a ver el próximo año y con suerte hacernos alguna visita durante el invierno. 

Me he dado cuenta de que mi coche de alquiler se llama Dolce Vita, y me siento como una turista que va a recorriendo la costa amalfitana y tiene una aventura con un italiano que puede ser Pirlo o no, con pero o sin él. Pero la realidad es que dejé Las Negras y puse el GPS rumbo a Villa García en la playa de Mojácar, donde me esperaban los de siempre. De camino decidí desviarme y entrar en Turre, si eres un amante de los caracoles, no puedes dejar de pasar por el Meko y llevarte dos raciones porque una se quedará corta, sabía que iba a triunfar con semejante manjar y así fue. Dos raciones de caracoles después teníamos un día y medio por delante para estar juntos, reírnos, abrazarnos, beber cervezas y comer el tradicional arroz en el Aku Aku de puerros, rape y gambas, pasarme el día descalza y brindar con cada ronda. 

Y mientras yo me entrego a la amistad y los placeres gastronómicos, tú me comparas con la Pataky. No tengo nada en contra de ella, pero mira, no, ni un retoque de cirugía llevo yo en mi cara. Hay gente que me pregunta si mi nariz torcida es por algún accidente que tuve y aunque podría tirar de épica e inventarme una historia, aquí tu amiga es virgen en esto del bótox, las cirugías estéticas y demás recauchutamientos. No tengo nada en contra, pero que vivan las líneas de expresión, las patas de gallo y la naturalidad de los rasgos. Aceptar el paso del tiempo, parece una contradicción en mí, ahora que inicio mi crisis de los 45, y a todo le pongo pegas, pero es parte de mi encanto, ¿no?

Y una cosa te digo, a ojos cerrados no me voy con cualquiera por muy Pirlo que sea, que una en el fondo necesita una conexión para pasar a asuntos más físicos y esto es una putada, porque el mundo ahora no está diseñado para descubrirse en una barra con una cerveza y dejar a la seducción que haga el resto. Este maldito mundo está diseñado para mandar fueguitos por Instagram y fotopollas. Debo estar muerta por dentro porque siento una terrible pereza sobre las cuestiones amatorias, y a la vez la crisis me está diciendo que el tiempo se agota y me voy a llevar pal cuerpo lo que viva, y poco estoy viviendo últimamente. Creo que mi coche me está queriendo decir algo, que me entregue a la vida frívola y placentera, como Fellini, Anita y Marcelo y la fontana di trevi en Roma y dejar de ser tan reflexiva e idealista.

¿Pero qué te parece si esto lo comentamos con una cerveza los dos juntos? En mi camino de regreso a casa, cuando deje Mojácar, puedo desviarme y hacerte una visita. 

Espero respuesta, ganas de verte.