«Resumiendo -le digo a mi vecino Juan Alfonso-, lo que me gusta del periodismo es acceder a sitios que tengo vedados en otro contexto y observar». Se frota la nariz con los nudillos. Gira. De perfil parece alguien que juraría que estuvo cerquísima de jugar la Eurocopa 2008. «Eso es una tontería, vecino», dice. Recoloca las baguettes en la cesta del fondo. «Vale para cualquier trabajo», desarrolla, arrastrándose las palmas de las manos por el delantal. Cambio el peso de una pierna a otra y hago ese gesto que comúnmente se traduce como «A ver, máquina». «Fácil -dice-, si no eres panadero, ¿cómo capullo vas a saber que la gente se vuelve loca por las empanadillas de pisto por la mañana y por las de atún y huevo por la tarde?». Levanta un hombro. Me pregunto si de verdad soy tan idiota.

Panadería de Ángel, Santa María de Gracia. JA le hace algunas mañanas a un compadre suyo. El propio Ángel, supongo. En lo que a mí respecta, le he contado que ya no escribo columnas. Le pareció sensato. «No tenían fuste», respondió, pero sus ojos de comercial a puerta fría decían que no se lo tragó. Esa mirada. Cada vez me cuesta más saber quién lleva el riego cerebral en la reserva. Suena su móvil. Eye of the tiger. Levanta el índice. Descorre la cortina de un manotazo. Desaparece en la trastienda. Son las doce y media. Miro por la cristalera. Casi se ve cómo arde el asfalto. Me fijo en la vitrina, en las empanadillas de pisto. JA sale reformándose el moño. Dice: «Mi sobrino, ¿te lo puedes creer?». Y puedo, puedo.

Sobrino. Moto reventada. Alquerías. Que si puedo hacer lo que queda de mañana. «Queda na», dice, girando el cuerpo por donde no se debe para ver el reloj. Y puedo, puedo. Me ato el delantal con la mirada en las empanadillas. Se larga. Cuento 30. 40. Meto la zarpa hasta el fondo de la vitrina. Primer mordisco. Violencia. Se me engarrota la mandíbula. Observo el tomate frito, el pimiento, la cámara de aire que hace empanadilla a cualquier empanadilla. Afuera, un viejo. Cráneo manchado. En verano, todos los viejos se parecen a Franco. Nos miramos. Levanta la barbilla. Sigue caminando. Engullo el resto. La mandíbula como una hormigonera. Me pregunto si un periodista y un panadero se parecen. Un sofocón desde la nuca. Anoto mentalmente no sacarle esa conversación a nadie. A nadie.