Querido Enrique,

Ya no sé qué día es, creo que debe ser el primer paso para aclimatarme y despojarme de mis hábitos urbanitas, permíteme que insista… Sigo pensando que podría acostumbrarme a esto. Una casa en la Toscana es una película que ha hecho mucho daño a mi generación, me consuelo porque tengo el mono vaquero y el pañuelo para la cabeza como outfit para restaurar una casa, como Diane Lane, actriz protagonista de la película. Ahora me falta la casa, y con tu positividad y ánimos también voy servida, porque eres todo entusiasmo, NO.

Hoy toca de nuevo sesión de baño interminable, la temperatura del agua es increíble, pero tengo claro que algo va mal, no es normal que esté tan templada, motivo más para pensar que nos vamos a la mierda y que el calentamiento del agua es un hecho. Nunca el Mediterráneo estuvo a esta temperatura. No quiero tener ideas apocalípticas, no toca, al menos en mis ocho días de vacaciones, el día 9 cuando vuelva me pongo con esto. 

Anoche recuperé una de esas tradiciones veraniegas imprescindibles, me comí una tarrina de helado mientras paseaba, por supuesto la combinación ganadora es pistacho y chocolate, ¡menuda delicia! Fuimos dando un paseo hasta la casa, donde la contaminación lumínica desaparece y si miras al cielo puedes ver a la perfección las estrellas. Nos preguntamos cuándo sería la lluvia de estrellas típica de verano, recuerdo con 15 años ir con mi pandilla de amigos al Faro Verde con un equipo de música, escuchar la banda sonora de La Princesa prometida, compuesta por Dire Straits, mientras mirábamos tumbados pasar las estrellas fugaces y pedíamos deseos. El tiempo pasa, y todo se esfuma, no queda nada de aquellos años, no lo pienso con nostalgia, pero ojalá alguien nos hubiera dicho que con el paso del tiempo nos hacemos mayores y la magia desaparece. 

Ayer tras un día de playa increíble y una siesta de pijama, tras una ducha reparadora, embadurnarme de crema hidratante y vestirme para la ocasión, bajamos a la gran vía de Las Negras a tomar algo al atardecer. Sonaba un cajón flamenco en la puerta de La Bodeguita al ritmo de canciones garrapateras, mientras unos se sentaban en el paseo mirando al mar y otros tomaban mojitos y charlaban, miré a mi alrededor y me sorprendí a mí misma bailando una canción de Melendi (no se lo digas a nadie ) pero ha pasado. «Voy caminando por la vida, sin pausa pero sin prisa», si a mí se me metió en la cabeza a ti también. 

«Las cosas son eternas mientras duren» puede ser una frase que me tatúe a finales del verano, no en honor de Moraes, sino en honor a nosotros. Ya sabes que desde hace unos para acá he convertido mi cuerpo en una especie de libro de notas, como el que sueles llevar para tomar apuntes, pues yo me tatúo aquello que quiero que permanezca, ya porque haya significado algo o porque quiero que lo haga, así que Moraes por el momento está en la primera posición, con esta frase que acompañará a Federico García Lorca, Antonio Agredano y Laura Sam en mi espalda. 

Aunque ahora que hablamos de frases, acaba de venir a mi cabeza el tercer tiempo del partido del XV del león y los All Blacks Classic en el Metropolitano, cuando pedimos unas cañas merecidas y nos acompañaron algunos jugadores y tú imaginaste en tu cabeza la escena mientras me decías: «No te lo vas a…» y mi mente calenturienta pensaba alguna que otra maldad al imaginarme la juventud y carnes prietas de algún francés que nos acompañaba. Sé que estás sonriendo, por no decir que riendo a carcajada limpia al acordarte del momento, ¿me equivoco? Sabes que no. 

Te dejo y te beso.