La Opinión de Murcia

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Bernar Freiría

Del puente a la sentina (36)

Bernar Freiría

Trapaceros en el Ibex 35

Qué exageración. Va a parecer que no se movía nada en el Ibex 35 sin que alguna de mis empresas estuviera detrás. ¿Qué le voy a hacer si a determinados altos ejecutivos les gustaba hacer maniobras orquestales en la oscuridad? Se diría que la cotización en bolsa es de lo más transparente y que las deliberaciones de los consejos de administración no tienen trampa ni cartón. Pero luego la realidad es que las cúpulas de las empresas más grandes de este país están llenas de trapaceros. Uno de los que se llevan la palma es el prenda de Fernando Albareda, del que recordará que ya le he hablado, señoría. Primero intenta desplazar a Garzo de la presidencia del consejo de administración del banco, uno de los grandes del país, y seis años después intenta hacerse con una energética española asociándose con una petrolera extranjera. No sé cómo consiguió engañar a los de la petrolera, porque a Albareda se le ve venir de lejos. Por muy tentador que sea ver en la presidencia del consejo a tu hombre de paja, hay que tener ganas de aventura para ponerse bajo el paraguas de este tipo. No dudo de que el payo fuera fácil de manejar, eso sí, pero para llevar el día a día de una empresa así hay que saber qué terreno se pisa. Y supongo que no será fácil teledirigirla desde fuera. Aunque ya me imagino que estarían pensando en poner después a alguien más solvente y que estuviera en la pomada para que controlara al hombre de paja, que supongo que es en lo que se convertiría Albareda. Eso no es asunto mío, tiene usted razón. El caso es que recibí el encargo, como siempre, por parte del jefe de seguridad de la energética que, casualmente, había sido colega mío. Ya sé que van a tratar de cargarle el muerto al antiguo madero. Esos señorones del Ibex siempre dicen que ellos no están para asuntos de poca monta y que delegan esas tareas en sus subordinados. Se ponen muy dignos y sostienen que ellos vuelan mucho más alto. Sí, cabeza alzada como pollo bebiendo y vuelo de gallinácea. Ese argumento ya empieza a ser cansino. En cambio, bien que se soliviantan cuando oyen que hay movimientos para desplazarlos y rápidamente mandan a sus lacayos para que me busquen. Entonces sí saben decir mi nombre con todas las letras. Saben que solo yo puedo parar las maniobras en su contra.

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