Querido Enrique: 

Inauguro el mes de agosto escribiéndote esta carta. Me apetece mucho retomar esta costumbre que tenía abandonada desde hace muchos años. Cuando era más joven mandaba y recibía correspondencia de forma habitual. Escribía cartas interminables, acompañadas de fotos en papel, esas que no sabías lo que te ibas a encontrar hasta que no llevabas el carrete a revelar, recordando momentos del verano, o de cintas de cassette grabadas con las canciones de otra época, ¡qué tiempos! En mi tierna adolescencia reconozco haber sido un poquito intensita, en las cartas escribía mis sentimientos más profundos, cuando idealizaba el amor, o la amistad y aún tenia todo por descubrir, pobre de mí, si echo la vista atrás, me siento más vieja que el hilo negro. Ojalá volver a aquellos años, ¡la de cosas que cambiaría! 

Llegó internet, el correo electrónico, el teléfono, WhatsApp y se acabaron los papeles en blanco, los sobres lacrados y posteriormente con sellos, llegó la inmediatez y con ella se perdió ese vínculo que hacía de la correspondencia la manera de comunicarse de gobernantes, artistas, personajes a lo largo de la historia. Decía Goethe que las cartas eran el mejor legado que podía dejar una persona y por suerte a lo largo de veinte siglos tenemos auténticos tesoros en papel. 

Cristobal Colón a los Reyes Católicos, Napoleón a Josefina, Mahatma Gandhi a Hitler, o Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós, son algunos de los protagonistas de la correspondencia que ha dejado la historia. Cartas de amor, conspiraciones políticas, asuntos de Estado... Amigo ¿sabías que la primera carta registrada data del año 2200 a.C. y fue escrita por el faraón Pepi II durante su reinado? Muchas de estas cartas las podemos leer en el libro del historiador Simón Sebag, Escrito en la historia o las de la Pardo Bazán entre otras en el libro de Ángeles Caso Esta noche quiero escribirte una carta de amor, donde cuenta las pasiones de quince escritoras a lo de sus vidas en distintos momentos de la historia, Charlotte Bronte, Virginia Woolf o Simone de Beauvoir. 

El mundo del cine tira de drama en cantidades industriales para retratar historias entorno a cartas: Carta de una desconocida, Jane Fountaine y Louis Jourdan, un dramón de los que te deja al final como si te hubiera arrollado un tranvía al ver cómo la protagonista se enamora perdidamente de un pianista que hasta el final desconoce los sentimientos de la dama, y hasta aquí te cuento… Si no la has visto es digna de una tarde de sofá, teléfono desconectado y cantidades obscenas de fartons. Y por si no ha sido suficiente tortura, te dejo otra más: Posdata, Te quiero, imagínate que tu marido se muere de una enfermedad y planea dejarte varias cartas que recibirás a lo largo del duelo, donde te enseña a rehacer tu vida con otro pibonazo que se cruzará en tu camino, no miento si te digo que más de domingo de resaca la he visto. Qué me gusta un drama en el que regodearme, aunque una cosa tengo clara, después de ver cualquiera de estas películas pienso: ¡cuánto daño hace al mundo el amor romántico, carajo!

Y mientras las cartas a lo largo de la historia, el cine o la literatura han dejado regueros apasionantes que descubrir, aquí estoy escribiéndote esta carta, deseando recibir tu respuesta, para escribirte y contarte mis aventuras durante este mes de agosto. Quizás me enamore perdidamente en algún chiringuito de Las Negras y te cuente que me quedo a vivir en Cabo de Gata, o simplemente te cuente mi crisis de los casi 45 que me caen en un par de meses y el vértigo que siento ante lo rápido que pasa el tiempo. 

Aquí me despido, esperando tu respuesta.