Cuando era niño me contaron que la Región vio nacer a dos inventores que revolucionaron, cada uno en su época, los sistemas de transporte del mundo entero. Toda la humanidad nos debía la existencia del submarino y del helicóptero, gracias a dos grandes hombres (uno de Cartagena y otro de Murcia) que fueron fabulosos inventores e intrépidos visionarios. Eso, de crío, me llenaba de orgullo y me hacía pensar que esta era una tierra de oportunidades en la que cualquier proyecto era posible. 

Ya un poco más crecido, aprendo que estas dos figuras ciertamente gozan de proyección mundial y prestigio internacional, que realmente revolucionaron los medios de transporte aplicando la ciencia, cada uno en su época. El orgullo se acrecienta, y compruebo cómo el buen nombre del que gozan es también reconocido en todos los rincones del planeta. 

Hasta que llegó Pedro Sánchez.

Nos quejamos de que nadie es profeta en su tierra, de que no se valora suficientemente a los científicos, y deseamos que haya consensos para que las cosas funcionen, porque no se puede estar todo el día a la gresca por diferencias políticas. Pero cuando surge una iniciativa que sirve exactamente para esto, un gesto sencillo e inocente como es dar el nombre de Juan de la Cierva a nuestro magnífico aeropuerto internacional, aparece el de turno para generar un conflicto inexistente y perfectamente prescindible, como si no tuviera cosas importantes de las que preocuparse. Es una iniciativa completamente justificada y con la que está de acuerdo la inmensa mayoría de habitantes de la Región, sin controversias ni enfoques ideológicos. O eso pensábamos.  

No voy a aburrirles con el enorme listado de méritos de Juan de la Cierva, creo que se ha escrito más que suficiente. Como tampoco lo haré para describir los méritos de Isaac Peral, sobre todo para no dar ideas, no vaya a ser que llame la atención de la Santa Inquisición de la Memoria Histórica y no pueda resistir la tentación de pisotear su nombre también. Ellos no tienen la culpa de que nos dirija el adalid del postureo, ni de que su política se base en fomentar la división y el enfrentamiento, que solo sepa resucitar las nefastas dos Españas que tantos disgustos nos han dado a lo largo de nuestra historia. 

Ni tampoco tienen la culpa de que el sanchismo haya decidido atacar sin disimulo a los habitantes de la tierra donde no consiguió asaltar el poder con nocturnidad y alevosía en plena pandemia, siguiendo el método medieval de perjudicar a los habitantes de aquellos lugares que no se rinden a sus pies, perjudicando incluso a sus propios seguidores. Estoy seguro que no hace falta que les haga un listado: trasvase, financiación autonómica, vertido cero al Mar Menor, AVE, bahía de Portman, IVA, Arco Norte, Cercanías... y un enorme listado de cuestiones de menor calado con las que trata de castigarnos día tras día mientras los miembros de su sucursal regional le hacen reverencias y aplauden con ostentoso entusiasmo. Traicionan su tierra y los deseos de sus vecinos con tal de no perder los favores de su emperador, pero eso forma parte de otro análisis.

Yo creo que esta decisión no supone el final de este camino. Desde el Gobierno de Fernando López Miras haremos cuanto esté en nuestra mano para deshacer esta injusticia, porque se cimenta sobre el sectarismo más radical y en una ideología extremista con la que no comulgamos los murcianos, y las cosas así no perduran. Porque el espíritu de nuestros ilustres inventores nos motiva a perseverar, y a luchar porque su prestigio continúe siendo reconocido en todo el mundo.

 Y en la Región, más todavía. Y si el sanchismo nos cierra una puerta, nosotros abriremos una ventana. O varias. Porque de esa manera recuperaremos el orgullo que sentíamos de críos cuando nuestros abuelos nos hablaban de los grandes personajes que salieron de esta tierra. Eso sí es memoria histórica.