En la tradición judía se elegían dos chivos (jóvenes machos de la cabra) en el Día de la Expiación, una fecha muy importante en el calendario religioso de los judíos. Uno de los chivos se sacrificaba para purificar el Tabernáculo, y el otro cargaba con todas las culpas del pueblo judío y se le enviaba a ‘Azael al desierto’, que sería como mandarlo a tomar por el culo. Por eso ‘el chivo expiatorio’ representa metafóricamente aquel o aquello en lo que se hace recaer las culpas. 

Los políticos en general hacen un uso intensivo de los chivos expiatorios para derivar las culpas de su mala cabeza a cualquiera que pase por allí menos a sí mismos. Lo estamos viendo cuando este Gobierno se saca de la manga responsabilidades de terceros ante la crisis que se avecina, como en el caso de los bancos y de las eléctricas. Por otra parte, ni se les ocurre bajar los impuestos, que sería la solución ideal para restablecer el poder adquisitivo. Dicen que porque eso alimentaría la inflación. Excusas no faltan. Entretanto, las petroleras e incluso los dueños de instalaciones de energías renovables se forran a cuenta del maquiavélico juego de ahora abro la tubería del gas y ahora la cierro que practican los terroristas del Kremlim.

Esos impuestos especiales y puntuales no servirán de nada por su propia perentoriedad. Otra cosa es la renacionalización de EDF, la principal empresa productora de electricidad de Francia, por parte del Estado. Los bancos y la eléctricas (que son dueños unos de los otros y viceversa) se quejan amargamente de los impuestos que les han caído. No tengo ninguna simpatía por de ellos, pero si algo distingue a un país atractivo para la inversión es por no cambiar las reglas de juego a mitad del partido. Eso asusta a los inversores y a los mercados, lo cual tendría poca importancia si no tuviéramos que financiar nuestra astronómica deuda pública con los bonos que compran esos mismos inversores en esos mismos mercados. 

Pero para uso intensivo del chivo expiatorio, no hay mejor ejemplo que el Covid y el Reino Unido. Mientras que Boris Johnson y su entourage se pasaban por el arco del triunfo las restricciones que ellos mismos habían decretado al resto de los ciudadanos, las culpas de todos los males pasados y futuros se vienen atribuyendo al Covid, y últimamente al efecto de normalización frente al Covid. Esto ha traído, por lo visto, problemas sin cuento por el aumento inusitado de la demanda de todo tipo de bienes por parte los consumidores, que a su vez está provocando inflación por la ruptura de las cadenas de suministro transnacionales. En realidad, gran parte de los problemas no se originan con el Covid, sino en el Brexit. La salida efectiva del mercado único, y la puesta en marcha de las restricciones a la inmigración con las que tanto soñaban los antieuropeos, es responsable de la pesadilla en fronteras como la de Dover, y de una parte considerable del aumento de la inflación. El Brexit ha provocado, entre otras cosas, una brutal escasez de mano de obra en sectores como el transporte por carretera o la hostelería, lo que acarrea un aumento de los salarios en esos sectores, alimentando significativamente las pulsiones inflacionistas. Pero, obviamente, es más conveniente para los conservadores británicos culpar al Covid que al Brexit. 

Realmente, el factor más importante para el aumento de la inflación, al margen de episodios puntuales por el aumento del precio de la energía (que siempre es un fenómeno pasajero) es la cantidad ingente de dinero que se ha puesto en circulación en los últimos años mediante la estrategia conocida como ‘quantative easing’ por parte de los grandes bancos centrales. Probablemente no en la proporción de los talibanes de la escuela monetarista habían predicho, pero sí es verdad que era harto previsible que darle a la maquinita de imprimir billetes con tanta fruición, era una garantía de la inflación se desataría en tarde o temprano. 

Ahora vienen la madres mías cuando la FED norteamericana y el BCE no han tenido más remedio que subir los tipos de interés de referencia para atajar la inflación desbocada que amenaza con reducir a escombros la estabilidad económica tan duramente conseguida en los últimos años. Por si faltaba alguien en el drama, aparecen los rusos con sus hombrecitos verdes invadiendo un país soberano y democrático, como si el reloj de la historia hubiera vuelto a los tiempos de Adolf Hitler, Joseph Stalin o el almirante Yamamoto. Vladimir Putin y los rusos en general se han ganado a pulso su erección en Chivo Expiatorio por antonomasia. Todo con tal de no reconocer que los alemanes metieron la pata hasta el corvejón cerrando de un plumazo sus centrales nucleares para echarse en brazos de un sociópata que ya había invadido el menos tres países de su vecindad (Georgia, Moldova y Ucrania), dejando ver a las claras su afán de dominación y expansionismo.

Hay razones de sobra para condenar a nuestros políticos occidentales que, pendientes de la opinión pública como están, acuden a múltiples excusas para aturdir al respetable lanzando continuas cortinas de humo. En el caso de nuestro Gobierno, inventándose impuestos sobrevenidos a determinadas empresas a las que se demoniza. De ahí a hablar del capital judío que domina el mundo y mueve los hilos de la economía, hay un paso. Ahora son los bancos y las eléctricas los culpables, después serán el resto de los empresarios del Ibex, y después los empresarios y autónomos en general. Todo hasta que finalmente todos nos convirtamos en funcionarios y vivamos a costa del paro o del Estado. Y entretanto, nuestro país engordando la deuda pública con cada déficit anual en los presupuestos de Estado, y mendigando dinero de las arcas comunitarias para suplir sus carencias de gestión y su falta de visión. 

Y menos mal, porque el dinero europeo viene condicionado por reformas que ha evitado de momento que este país acabe convertido en un gulag para los emprendedores, inversores y propietarios de todo tamaño y condición. Produce mucha risa que se atribuyan los méritos de la evolución positiva del paro gracias a ‘sus’ ERTES y a ‘su’ reforma laboral, olvidando convenientemente que ambas leyes fueron iniciativas del Gobierno de Rajoy y solo fueron empeoradas ligeramente por los cambios introducidos por izquierda. Afortunadamente para los populistas, de izquierdas o de derechas, nunca faltarán chivos expiatorios para desviar la mirada de sus culpas evitando así responsabilidades.