La Opinión de Murcia

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Bernar Freiría

Del puente a la sentina

Bernar Freiría

Sobres sedantes

Eso que le contaba el otro día de que el mismo día que los apuntes de Troncoso señalaban una entrega a los arquitectos de la remodelación de la sede del partido, estos mismos arquitectos habían operado en una caja de seguridad que habían alquilado pocos meses antes, eso es más que un indicio, sin duda. Sin embargo, no es probable que todas las anotaciones que figuran en esos apuntes tengan una pista externa tan clara como en este caso. Por eso, la mayoría de las veces las tachan de falsas y, a falta de confirmación externa, quedan anuladas. Supongo que eso es con lo que cuentan los que se pueden ver señalados, y también incluyo a los que aparecen en las grabaciones y las anotaciones de diario que yo tengo, para confiar en que saldrán de rositas mientras el marrón nos lo comemos tanto Troncoso como yo mismo. En mi caso, me siento especialmente indefenso, porque se me acusa de delitos basándose en mi propia documentación a la que, por cierto, no me dejan acceder. ¿Cómo es posible defenderse en estas condiciones?

Sí, es cierto que fui yo el que le puso el nombre, Radfahrer, a la operación. El tipo se llamaba Miguel, como Induráin. Ciclista, entonces. En alemán, para que nadie se enterara de qué iba. A los gerifaltes del partido les preocupaba sobre todo que Troncoso se hubiera llevado documentación en papel o en discos duros de toda la contabilidad B del partido. Si eso existía, podían aparecer todos los que habían hecho donaciones ilegales al partido durante 20 años, la cuantía de esas donaciones y en qué se habían empleado. Verá, señoría, tengo para mí que Troncoso llevaba apuntes rigurosos de todo eso, pero que nunca verán la luz esos apuntes.

No, señoría, yo no tengo pruebas, pero a mí no hay quien me convenza de que Troncoso no tiene una pequeña gran fortuna en cuentas opacas, estoy seguro, y además algo de eso ha salido ya a la luz. Y de ninguna manera está interesado en que se sepa qué parte del pastel se reservaba para sí mismo. Como nadie le pedía cuentas, podía hacerlo. Le bastaba tener engrasado el sistema para que todos estuvieran contentos y nadie se preguntara hasta dónde llegaba su hucha. En ese sentido, los sobres que repartía pródigamente tenían un efecto sedante.

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