La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

El lector amigo

Una de las cosas que más me gustan de las novelas de W. Somerset Maugham es la forma en la que en ellas se trata al lector, la consideración que el narrador tiene con él, como si de verdad creyera que se lo debe todo. Lo respetaba sin caer en la adulación, y si alguna vez lo embaucaba, lo hacía con fina ironía de gentleman. Por ejemplo, si bien avanzada la historia tiene que echar mano de un personaje que lleva un largo trecho sin aparecer, no pretende que el lector lo haya retenido en su memoria y entonces dice: «No puedo esperar que el lector recuerde a Fulanito, ya que yo mismo he tenido que consultar lo ya escrito para ver el nombre que le he dado…». Y siempre está atento de no abusar de la paciencia del lector y en el tramo final puede echarle un cable como si le invitara a una última ronda: «Creo honrado advertir al lector que bien puede saltarse el presente capítulo sin perder la trama de la narración…». Además, es sincero: nunca pretende saber más de lo que sabe y confiesa que solo utilizará la imaginación para que lo que sabe sea agradable de escuchar.

El filo de la navaja, una de sus novelas más populares, se lee todavía con interés por el pacto que ofrece al lector desde el principio. No regatea con él fingiendo que está en posesión de un secreto que desvelará en el momento oportuno. Si lo hay, será tarea de ambos descubrirlo. Los personajes adquieren profundidad por lo poco que sabemos de ellos y se vuelven interesantes a base de no ser excepcionales, como la vida misma. Los huecos de la historia se van llenando como en esas conversaciones que retomamos con amigos a quienes vemos de forma esporádica, pero con la fidelidad de unos encuentros que parecen tan fortuitos como predestinados para ir añadiendo nudos nuevos a la vida. Los intervalos de ausencia no los separan a unos de otros y en los regresos podría reconocerse el sentido que Vivian Gormick le da a la amistad entre dos personas: «Un par de viajeros solitarios que avanzan con esfuerzo por el territorio de sus vidas, y que de vez en cuando se encuentran en el límite más alejado para intercambiar noticias sobre el estado de las fronteras».

Así construye Maugham sus historias, con momentos en los que los personajes vuelven a enfrentarse a lo largo del tiempo, para comprobar lo que cada uno es en la mirada del otro. Y para descubrir también el horror de saber tan poco y el consuelo que da el no querer saber. Porque hay grandes pasiones y es tan trágico sucumbir a ellas como esquivarlas. Maugham se lo hace ver al lector al acogerlo entre la letra y la vida, es decir, en la novela construida como un círculo de la amistad donde nos convertimos en testigos de las vidas de otros, donde la conversación se vuelve más y más profunda, como un lugar vivo en medio de la soledad.

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