La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Por un duro, un borrego #4

Santos Martínez

Las cosas van mejor

Estaba escribiendo sobre las cloacas del Estado cuando me sonó el móvil. «Villarejo», me dije. Esperé. Cogerlo antes de cinco segundos es como usar escarpines. No está ni bien ni mal, pero dice cosas de ti. Cuatro. Formé una pinza con el índice y el medio y me extraje el cigarro imaginario de entre los labios. Cinco. Lo coloqué sobre el cenicero imaginario. Observé cómo la columna de humo, también imaginario, se venía abajo. Levanté las cejas. Pensé que tanto periodismo se me estaba haciendo pelota. Seis. Era mi vecino Juan Alfonso. Sonaba agitado. «¿Pues no que salgo a echarme unas correntillas y me tuerzo el tobillo? Na, estoy aquí en el Iguazú, me he pedido un Bitter Kas, por tomar algo fresco, y no tengo suelto, ni pa el Bitter Kas, ni pa el taxi», dijo. «Con que fíjate lo que te digo», siguió. Y yo supe que ya tenía el día echado.

Mi relación con Juan Alfonso ha cambiado. No sé si os lo he dicho. Una columna no se puede escribir con un hooligan de lo cotidiano como vecino. Ese era el problema: somos vecinos. Como sería un trajín eliminar de la ecuación el factor ‘Juan Alfonso’, fui a por el ‘vecinos’. Y las cosas van mejor. Me vestí. Bajé. Juan Alfonso estaba en una esquina de la terraza. La ‘U’ de Iguazú le dibujaba unos cuernos. La pata derecha le colgaba del lateral de una silla. En la mesa, dos culos de cerveza y un plato ovalado con líquido verdoso. Me vio. Saludó surferamente y se acarició la melena rufetesca. «¿Dónde están los tíos?», gritó. Ahora me saluda así. 

Le señalé el pie, me dijo que «menuda mala pata», se rio, repitió que «menuda mala pata», me reí, pidió dos cañas, cascaruja y le conté que estaba escribiendo sobre las cloacas del Estado. «¿Tu columna?», preguntó. Asentí. Miró a ambos lados. Clavó los codos en el plástico rojo de la mesa. «¿Tú sabes que Villarejo tiene una casa en Canteras? —susurró a gritos— Le puse yo el aire acondicionado». Y cuando voy a contestarle, se levanta, saluda surferamente al aire y grita: «¡El taxi!». Y yo le doy un trago largo a la cerveza. 

Así vamos, más o menos mejor, sí, pero yo no me quito de encima esta sensación de estar observando la Historia mientras pienso en que tengo la pasta al fuego. Y ni siquiera es pasta fresca.

Compartir el artículo

stats